Una vida a la sombra del río Magdalena: La sonrisa en medio del recuerdo caótico

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Son las 8:30 de la noche, en este horario no se escuchan más que los ruidos de los gatos maullando sobre los tejados y los perros tratando de que estos no entren a sus casas en el pueblo de Valle de San Juan…o eso se pretende escuchar. 

Algo irrumpe en la noche, son disparos. Desde la montaña cerca al pueblo se empiezan a escuchar los gritos retumbantes de las balas las cuales, no pretenden tener un objetivo fijo pero que van dirigidas a un blanco en especial: las cabezas de los conservadores o como se les llamaban antes, los “godos”. 

Queda una única opción por tomar; poco o nada servirá en medio de una lluvia de metal asesino y muerte esparcida en el aire pero es lo que queda: correr por la vida. Esta horrible escena del campo colombiano, es apenas el inicio de lo que fue, y es ser desplazado por la violencia desde los años 50. Incluso hasta el son de hoy, en la actualidad de este sector del territorio nacional.

Rosalba Cabezas es una mujer de 82 años que nació en el Valle de San Juan y que actualmente reside en la ciudad de Honda, al sur del departamento del Tolima; ella se vio obligada a desplazarse del pueblo que la vio crecer por culpa de los diferentes grupos armados, surgidos luego de la muerte del caudillo liberal Jorge Eliecer Gaitán. Ella recuerda en medio de risas tímidas y una que otra caricia de sus manos, lo difícil y traumatizante que fue para ella la época de la violencia política a mediados del siglo XX, pero a su vez, recuerda con mucho orgullo el haber logrado sacar adelante a su familia sin importar las circunstancias tan adversas que atravesó en su juventud y adultez.

Aparenta menos edad, por su calidez y la cantidad de risas que brinda al momento de hablar con nosotros. Es increíble escuchar que, esta señora de avanzada edad, pueda contener tanta memoria de un suceso que ocurrió hace más de 65 años. -La policía nunca estuvo allá en el campo (…) eso lo único que cuidaban era el pueblo, donde no pasaba nada menciona doña Rosalba, mientras llega uno de sus bisnietos a saludarla. -Yo me acuerdo cuando llegó la guerrilla a mi casa a buscar a mi papá porque era godo (…) cogieron fue a mi mamá a preguntarle que dónde estaba el marido de ella, pero ella les respondía que ella no tenía marido y que hace mucho se había muerto (…) mientras que uno zangoloteaba a mi mamá, el otro estaba violando a mi hermana… yo me salvé porque ese día estaba limpiando la casa de una familia conservadora del pueblo- nos  comentaba la señora, mientras que nuestra piel se erizaba con su relato.

Según un informe entregado en el 2006 por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) sobre “Mujer y conflicto armado en Colombia” y en cual se hace un apartado sobre el desplazamiento forzado a manos del conflicto, se menciona que aproximadamente la mitad de la población desplazada son mujeres, y que cuatro de cada diez familias desplazadas eran cabeza de familia. Estas estadísticas no serían ajenas en el caso de doña Rosalba, puesto que casi desde sus 40 años, tomó las riendas de su familia luego de que su marido muriera por causas naturales.

-Yo me acuerdo cuando una vez cogieron a uno de los conservadores del pueblo, y uno de “los pájaros” lo colocó en toda la mitad de la carretera (…) cuando es que menos pensé, fue que le cortaron la cabeza con un guadañazo (…) fue para mi impresionante esa escena porque yo nunca pensé que tanta sangre pudiera salir del cuerpo; luego de eso, fue que mi marido me sacó de 17 años del Valle de San Juan- cuenta Rosalba, mientras que solo puedo ofrecerle un silencio sepulcral. 

Nos relata las noches en vela que pasó pensando en esa escena, pensando que ese muchacho tenía familia, que ella hubiera podido hacer algo, pero el miedo la invadió mientras observaba la escena sintiendo impotencia, con la sospecha de que su esposo podría ser el próximo. 

-El era matarife (…) era una de las personas que trabajaba con el ganado del campo y de los que mataba ganado para vender la carne a las empresas, por eso fue que a él lo buscaban para matarlo… porque pensaban que era uno de los conservadores “matones” (…) nosotros teníamos varios terrenitos en el pueblo, en donde cultivamos y manteníamos a las vacas, pero después de que a mi marido lo amenazaron, nos tocó dejar la casita y los terrenos abandonados (…) ya cuando nos fuimos del Valle de San Juan, teníamos platica para llegar hasta Guamo y en medio de ese trayecto, fue que murió mi primera hija. Luego, llegamos aquí a Honda porque unos familiares vivían aquí, entonces luego de eso nos ayudaron un poco pero no lo suficiente para estar bien- mencionaba doña Rosalba.

Entre el sonido de fondo del río Magdalena, los gritos juguetones de los bisnietos de doña Rosalba y  el perrito de su nieta “Zeus” lamiéndonos la mano cuando podía, fue que surgieron diferentes preguntas en torno a lo que ella nos contaba: ¿es tan cierto que la mujer es más débil que el hombre? ¿cómo una niña de tan solo 17 años, pudo vivir más cosas que una persona de la capital y aun estar con vida para contarlo? ¿Dónde está el estado colombiano en estos momentos tan difíciles, para una mujer que solo estaba buscando salvaguardar su vida y la de su familia? ¿cómo en la actualidad -con tantas posibilidades de ayuda humanitaria y diferentes entes de derechos humanos- siguen sucediendo estas mismas circunstancias? ¿Hasta cuándo existirán los rastros de la violencia y la discriminación bipartidista?. Ninguna de estas preguntas podría ser resuelta en este momento, pero solo sabíamos que nos sentíamos afortunados de poder tener a doña Rosalba enfrente nuestro contando un poco de su historia. 

Migrar de un lugar a otro es difícil y más cuando es por fuerza mayor, como es el caso de Doña Rosalba. -yo me fui porque mi marido ya no podía estar allí debido a su buen corazón (…) él era conservador y aun así le hacía muchos favores a los liberales, por eso lo iban a matar (…) A él los conservadores no lo querían porque él no era un matón (…) si a nosotros no nos mataban la guerrilla que venía de la montaña, nos mataban los godos que no nos querían en el pueblo-

Ella junto a su hija en brazos y su marido se aburrieron de tantos muertos a machete y a bala, de aquellos sentimientos de incertidumbre que los invadía a la hora de ir a dormir; la noche era para escuchar los gritos silenciosos de las balas y en la mañana las calles se teñían no solo de sangre, sino de angustia y llanto por parte de las familias de los asesinados. 

Acostumbrada a la violencia desde muy pequeña, cuando su mamá le decía a ella y a sus hermanos -hagan silencio porque vienen a matarnos-; acostumbrada a que su papá no durmiese en casa, porque que debía irse al peñón en el monte para que no lo asesinaran; acostumbrada a correr peligro todos los días. Ella junto a su familia, veían cómo la gente se iba del campo porque los estaban matando. Ellos no sabían para dónde coger, el campo era todo lo que conocían… el campo era su hogar y su sustento. 

A pesar de todo lo que había podido observar hasta entonces, Doña Rosalba sabía que matar a causa de ideales políticos no se justificaba; no se justificaba matar y menos a los niños como lo hacía una comadre conservadora de su mamá; los bebés de padres conservadores no tenían la culpa de los pecados que cometieron sus progenitores. -Los echaba pa`arriba y les echaba peinilla, ella mandaba a robar a los niños y los mataba porque eran godos-. Al saber eso, ella sintió desesperación y necesidad de salir de allí. 

Doña Rosalba siendo una niña ya sabía lo que no quería para su familia; no quería que sus hijos tuvieran que vivir la violencia, o que presenciaran hechos atroces… así que siendo liberal y su esposo conservador emprendieron un camino esperanzador, pero lleno de días angustiosos; nada de lo que allí en adelante vendría, sería fácil. -llegando a Guamo, fue que se me murió la primera niña (…) ella no pudo aguantar todo el trajín que ya habíamos pasado. De ahí en adelante, fue que nacieron la niña y el niño mayor… los otros ya los tuve aquí en Honda, cuando eso entonces no llegamos con nada aquí- afirmó.

Llegando a Honda con una mano atrás y la otra adelante, solo con sus dos hijos y la ropa que llevaba puesta… estaban por enfrentarse a un nuevo lugar sin saber que iba a hacer de ellos o dónde iban a vivir; por casualidades de la vida o “cosas de mi Dios” -como dice Doña Rosalba- se encontró a un amigo de una vereda donde había vivido anteriormente. Él les dio posada a ella y a sus hijos, mientras lograba arrendar una pieza y encontrar un trabajo; tiempo después pudo localizar a su familia que vivía en el campo cerca de allí, que como pudieron la apoyaron.

-Pedro Pulecio fue quien me ayudó con lo del terreno de la casa (…)fue quien me dio el terrenito para empezar todo (…) fue el único que nos tendió la mano aquí en Honda, porque ya mi familia no nos podía dar más ayuda- menciona con un semblante de tristeza. Doña Rosalba pasó de tener cuatro casas de bahareque junto con su esposo en el Valle de San Juan, a recibir un terreno pequeño de su amigo Pedro; élla no la tuvo tan difícil, porque en el camino se encontró esas manos amigas que al verla desamparada no dudaron en ayudar tanto a ella como a sus hijitos. 

“Además de la pérdida de tierras, activos económicos y vínculos con su entorno, un grave problema de las víctimas del desplazamiento es la pérdida de garantías de sus derechos fundamentales. También es grave la ineficiencia del Estado para darles atención oportuna y diseñar políticas y estrategias que frenen el aumento de la población desplazada. (Ibáñez, 2008)

Rosalba es y fue, una mujer que asumió el rol de cabeza de familia buscando las condiciones óptimas para su hogar, pero a su vez, se encontraba con muchos baches en el camino: su poca experiencia en entornos urbanos, el desconocimiento de sus derechos y el miedo de la huida; Mujeres como ella dejan de lado esos temores para poder construir un futuro mejor, volviéndose las proveedoras de su núcleo familiar, además de encargarse de las labores del hogar. Este es el ejemplo de Rosalba: desde joven asume responsabilidades, pero también asume el rechazo por ser pobre, por ser madre, por ser desplazada.

-Ahora lo que nos ayuda a mis hijas, mi yerno, mis nietas y mis bisnietas, es el negocito de las arepas (…) no se imagina la cantidad de arepas que vendemos allá en la plaza; de no ser porque mi hija se levanta a las 2 de la mañana a hacer sus arepas y a que mis nietas vayan a venderlas allá, estaríamos solamente con el sueldo de mi yerno que a veces no alcanza para tanto pero que gracias a la virgencita, lo tenemos- cuenta Doña Rosalba, mientras que una de sus nietas nos ofrece arepita con agua de panela. 

Quien se iba a imaginar que, por el hecho de llegar a un lugar nuevo, la gente rechazaría a Rosalba, una mujer berraca y con ganas de salir adelante. Pero esa es la realidad, muchas veces la gente al saber que una persona es de otro lado, al saber que es desplazada, se le rechaza y no se le da apoyo. Tras de que la situación económica no es favorable, anímicamente la persona afectada se siente triste y desesperada; los traumas que esto consigo trae, no dejan en paz al afectado. Sería algo imposible que las personas desplazadas después del desarraigo y la pérdida no tuvieran daños psicológicos y emocionales. 

“Entre los daños que provoca el desplazamiento forzado se pueden relacionar los siguientes: el daño emocional, el daño físico o biológico, el daño subjetivo o daño a la persona, el daño objetivo, el daño psicosomático y el daño al proyecto de vida.” (Daños psicosociales provocados por el desplazamiento forzado: Historia de dos mujeres madres cabeza de hogar del distrito de buenaventura; Universidad del valle sede pacífico; 2014)

Rosalba Cabezas es la viva imagen de la riqueza de una mujer que hace el ejercicio de memoria; una mujer negativa frente a la derrota y que a sus 83 años tiene la lucidez para contar todo aquello que describe su juventud, entre risas y sin tapujos. 

Dice que no cambiaría nada, que esas situaciones “lo hacen a uno más fuerte, pero que no quiere ver más cosas de esas”. No le gusta acordarse de la violencia que sufrió, pero permanecen aquellos remanentes amargos que la hacen reflexionar: -para mí que no existieran más problemas por la política esa (…) los jóvenes de ahora no saben por lo que uno tuvo que pasar, por culpa de las ideas políticas (…) lo único importante en eso es que quienquiera que gobierne, debe de hacerlo justo para todos nosotros y que, si no lo quiere hacer, que no lo haga-. 

Entre risas, juegos de sus nietos a su alrededor, el olor característico de su casa a maíz cocinado por las arepas, ladridos de los 4 perros que viven con ella, y los sonidos de las olas que produce El Magdalena que se encuentra literalmente en el patio de su casa; recuerda sus días angustiosos que ahora son días esperanzadores rodeada de las personas que más ama. 

El pasado es un simple remanente de lo que ella es en la actualidad; es más que un recuerdo de lo que pudo ser y nunca fue; es aquello de lo que muchos hoy día temen que suceda en sus vidas, pero que Rosalba hace mucho vivió y que ahora frente a nosotros lo puede narrar, mediante un increíble ejercicio de memoria histórica.


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