¿Un Rembrandt al alcance de todos? El arte clásico busca democratizarse con propiedad compartida

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Adquirir una obra maestra de Rembrandt ya no es un sueño reservado a millonarios o museos de élite. Al menos eso promete el coleccionista estadounidense Thomas Kaplan, quien ha anunciado un proyecto para abrir las puertas del mercado del arte a un público más amplio mediante la venta de participaciones digitales de su prestigiosa Colección Leiden, la mayor colección privada de pintura holandesa del siglo XVII en el mundo.

Kaplan, uno de los principales defensores del arte clásico, planea dividir virtualmente la propiedad de obras maestras —como las de Rembrandt— sin desprenderse de las pinturas físicas. Su objetivo es que millones de personas, incluso con presupuestos modestos, puedan convertirse en “copropietarios” de una obra de arte histórica.

“La mejor manera de despertar entusiasmo por Rembrandt es permitir que millones, tal vez decenas de millones, puedan decir que poseen parte de un Rembrandt”, explicó Kaplan en una entrevista con The Art Newspaper.

¿Cómo funciona?

La iniciativa se basa en un modelo de propiedad fraccionada, habilitado por tecnologías como blockchain, que permite dividir la titularidad de una obra en miles (o millones) de acciones digitales. Los compradores no obtienen una parte física del cuadro, sino una fracción simbólica de la propiedad colectiva. Kaplan conservará la mayoría de las participaciones para mantener la colección disponible para exposiciones en museos.

¿Democracia cultural o marketing sofisticado?

Aunque la propuesta suena innovadora, no es del todo nueva, ni tampoco está exenta de dudas. El experto en mercado del arte Dirk Boll, de la casa de subastas Christie’s, reconoce que la propiedad compartida puede ampliar el acceso a piezas valiosas, pero advierte que este sistema no transforma esencialmente el mercado del arte.

“La propiedad fraccionada no es una revolución. Ya existen varias plataformas que operan con este modelo”, señaló Boll en conversación con DW.

Entre las principales limitaciones, Boll menciona la falta de liquidez en el mercado secundario, es decir, la dificultad para revender esas acciones, y los altos costos asociados al arte físico, como seguros, almacenamiento y conservación.

Además, cuestiona la idea de que esta iniciativa represente una verdadera “democratización del arte”:

“Es un buen eslogan. Pero el arte sigue funcionando como cualquier otro mercado. Usted puede tener el arte que su presupuesto le permita, como puede comprar desde un VW Polo hasta un Mercedes Clase S”.

¿Una inversión con valor emocional?

Más allá del posible rendimiento financiero, lo que Kaplan busca impulsar es un vínculo emocional entre el público y el arte clásico. En un mundo saturado por lo digital y lo efímero, ofrecer una participación simbólica en obras históricas puede ser una forma de conectar a nuevas generaciones con el legado artístico de la humanidad.

Aún está por verse si este modelo se consolidará como una opción viable y atractiva para los pequeños inversores. Pero lo que es seguro es que el arte, como el mundo, está buscando nuevas formas de compartirse.


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