Fabián Robayo, patrullero de 23 años oriundo de Maripí, Jhonatan Monsalve, subteniente oriundo de Gachantivá y Willi Walberto Carabalí Carabalí oriundo de Cauca, fueron asesinados hace poco en actos de guerra en el suroccidente y norte del país.
Ataque armado en Cauca: dos policías asesinados en San Joaquín
La tarde del pasado jueves 18 de julio, la violencia volvió a sacudir al departamento del Cauca. Dos uniformados de la Policía Nacional fueron asesinados en el corregimiento de San Joaquín, municipio de El Tambo, cuando se encontraban almorzando en un restaurante de la zona.
Las víctimas fueron identificadas como el subintendente Willi Walberto Carabalí Carabalí, de Cauca, y el patrullero Fabián Andrés Robayo Rocha, este último oriundo del municipio de Maripí, Boyacá. El reporte oficial indica que los uniformados fueron atacados a bala por hombres armados que se movilizaban en una camioneta, los cuales huyeron tras ejecutar el crimen.
El comando de Policía del Cauca atribuyó el ataque al frente Carlos Patiño de las disidencias de las FARC, estructura criminal bajo el mando de alias ‘Faiber’ y que opera en esa región, al servicio del grupo liderado por ‘Iván Mordisco’.
Robayo: un campesino boyacense que se convirtió en policía
El patrullero Fabián Robayo tenía 23 años, era natural del sector Boquerón, vereda Maripí Viejo, y provenía de una familia campesina dedicada al cultivo de café, caña y cacao. Era el menor de cinco hermanos. Según narró Héctor Morato, líder social de Maripí, Robayo se graduó en 2019 del colegio Jorge Eliécer Gaitán y siempre soñó con servir al país desde la institución.
El pasado 21 de julio, su familia, amigos y comunidad le dieron el último adiós en su tierra natal. El dolor fue inmenso: un joven humilde, trabajador, que terminó cayendo lejos de casa, en un conflicto que no perdona.
Willi Walberto Carabalí, un líder comunitario y policía
El subintendente Willi Walberto Carabalí Carabalí, quien fue asesinado junto al patrullero Robayo, era el comandante de la estación de Policía en San Joaquín, Cauca. Reconocido en la zona por su cercanía con la comunidad, Carabalí era oriundo de la región y llevaba varios años al servicio de la institución.
Las autoridades locales lo describieron como un hombre comprometido con su tierra, con vocación de servicio y dedicado a la seguridad rural. Su muerte no solo es una baja en la fuerza pública, sino también un golpe para las comunidades rurales del Cauca, que lo veían como un aliado en medio de un territorio disputado por grupos armados.
Antioquia: ‘burro bomba’ cobró la vida del subteniente Jhonatan Monsalve
Tan solo unos días antes, el 9 de julio, otro boyacense murió en circunstancias igualmente trágicas. Se trata del subteniente del Ejército Nacional Jhonatan Arbey Monsalve Moreno, de Gachantivá, quien falleció en un atentado con explosivos no convencionales en la zona rural de Valdivia, Antioquia.
El hecho ocurrió mientras Monsalve lideraba una operación militar de protección a la población civil en el sector Las Cruces. El explosivo, oculto dentro de un animal doméstico, fue activado de manera remota, en una modalidad conocida como ‘burro bomba’, atribuida al ELN, específicamente a la Compañía Héroes de Tarazá, bajo el mando de alias ‘Matías’.
El ataque también dejó dos soldados heridos: Juan Rosso Ramos y Edwin Muñoz Vargas, quienes fueron trasladados a Medellín para atención médica urgente. La muerte de Monsalve fue confirmada por la Décima Primera Brigada, adscrita a la Séptima División del Ejército Nacional, que lamentó profundamente su pérdida y condenó el uso de animales para actos terroristas.
Un joven comprometido con su tierra y su país
Jhonatan Monsalve se graduó en 2018 del colegio Juan José Neira, en Gachantivá. Era hijo de Ernesto Monsalve Fajardo y Cecilia Moreno, y hermano de Nixon Monsalve. Desde muy joven mostró vocación por el servicio, lo que lo llevó a vincularse al Ejército. Hoy su comunidad le rinde homenaje como uno de sus mejores hijos.
Colombia en guerra: disidencias, violencia rural y regiones bajo fuego
Lo que pasó en San Joaquín y en Valdivia no son hechos aislados, ni tampoco nuevos. Colombia vive hoy uno de los momentos más críticos en materia de orden público. Los frentes disidentes de las FARC, como el Carlos Patiño, y estructuras como el ELN, están reactivando el conflicto armado con una crudeza que muchos ya creían superada.
Cauca, Arauca, Nariño, Norte de Santander, y ahora Antioquia se han convertido en escenarios de guerra abierta. Los atentados contra la fuerza pública se repiten. ‘Planes pistola’, emboscadas, burros bomba, campos minados, extorsión y desplazamiento están de nuevo en los titulares. Y lo más grave: las comunidades rurales vuelven a quedar en medio del fuego cruzado, sin garantías, sin protección y con miedo.
Las disidencias de las FARC, que nunca dejaron las armas, han aumentado su control territorial en muchas zonas. Operan con estructuras bien armadas, con recursos del narcotráfico y una presencia real en municipios donde el Estado está ausente.
A la vez, el ELN sigue haciendo presencia violenta en regiones donde hay operaciones militares, pero sin resultados concluyentes.
Y mientras tanto en Boyacá…
Y mientras se habla de procesos de paz, las familias entierran a sus hijos, como hoy lo hacen en Boyacá y Cauca. Porque para ellos no hay discurso que consuele.
Colombia sigue atrapada en una guerra que no es nueva, pero que se recicla, se transforma y golpea siempre a los mismos: a los soldados, a los policías, al campesino, al joven del pueblo que soñó con cambiar su vida sirviendo al país.
Porque cada vez que un joven muere por culpa del conflicto, no es solo una vida que se apaga. Es una familia rota que hoy llora. Un país que sigue perdiendo a los suyos por una guerra que no respeta nada ni a nadie.
Hoy Boyacá despide a Fabián y a Jhonatan, mientras Cauca hace lo mismo con Willi. Pero el dolor sigue vivo. Y la deuda con ellos también.
