Todos queremos ser una marca: la identidad en tiempos de autopromoción

[responsivevoice_button voice="Spanish Latin American Male" buttontext="Escuchar Noticia"]
Compartir en

Hubo un tiempo en que ser uno mismo era suficiente. Ahora, ser uno mismo no alcanza: hay que posicionarse. Lo personal se volvió estrategia. La autenticidad, un formato. Todos somos marcas, incluso cuando fingimos que no.

La lógica del marketing se filtró en la vida cotidiana con una suavidad perversa. Ya no solo las empresas tienen “valores” y “misión”; también las personas. Subimos fotos coherentes con nuestro “estilo”, hablamos según nuestro “tono”, y hasta elegimos causas sociales que armonicen con nuestra estética. No se trata de ser, sino de parecer consistente.

El concepto de “marca personal” empezó como una herramienta profesional, pero mutó en un lenguaje existencial. Lo que antes era promoción ahora es identidad. Si no estás comunicando quién eres, parece que no existes. El yo dejó de ser una experiencia interna para volverse un producto en constante optimización.

Y eso tiene un costo. La necesidad de “vendernos” todo el tiempo convierte la vida en un escaparate emocional. Cada post se mide por su rendimiento, cada foto por su alcance. La espontaneidad muere porque antes de actuar pensamos: ¿esto encaja con mi marca? El resultado es una sociedad que se siente hiperconectada pero profundamente sola, atrapada entre la visibilidad y la ansiedad.

Lo más irónico es que esta obsesión por destacar nos uniforma. Todos decimos ser “únicos”, pero usamos los mismos filtros, las mismas frases, los mismos referentes. Es la homogeneidad disfrazada de autenticidad.

Quizás el desafío ahora no sea construir una marca, sino recordar que hay un yo detrás de ella. Un yo contradictorio, inconstante y a veces incoherente. Justo lo que ninguna estrategia de marketing sabría cómo vender.

No somos marcas. Somos borradores que se reescriben cada día. Y eso, aunque no sea rentable, sigue siendo profundamente humano.


Compartir en