El viernes 28 de marzo, un devastador terremoto de magnitud 7.7 sacudió Birmania, con epicentro en la ciudad de Sagaing, dejando más de 1.600 muertos y miles de heridos. El temblor fue seguido por una potente réplica de magnitud 6.7, que empeoró aún más la tragedia en el país asiático. Los informes oficiales indican que la mayoría de las víctimas fatales se registraron en la región de Mandalay, la segunda ciudad más grande del país.
La catástrofe no solo ha causado una gran pérdida humana, sino que ha devastado infraestructuras clave, como viviendas, edificios, puentes y centros religiosos. La Cruz Roja reporta que más de 90 personas podrían estar atrapadas bajo los escombros de un edificio de doce pisos en Mandalay.
En paralelo, los incendios provocados por el terremoto han arrasado más de 35.000 hectáreas, obligando a la evacuación urgente de 27.000 personas. En el país ya afectado por un conflicto civil desde el golpe de Estado de la junta militar en 2021, la situación se complica aún más debido al colapso de la infraestructura y los recursos médicos limitados.
El terremoto también afectó a la vecina Tailandia, donde se reportaron daños importantes en algunas zonas, incluyendo Bangkok, a más de 1.000 kilómetros del epicentro.
El presidente de la junta militar birmana, Min Aung Hlaing, ha solicitado ayuda internacional, invitando a países y organizaciones globales a asistir en las labores de rescate y rehabilitación. La situación en Birmania se complica aún más debido a las restricciones impuestas por el gobierno militar, lo que dificulta la entrada de ayuda humanitaria y la coordinación de los esfuerzos de rescate.




