Por Diego Jaramillo Salgado
Se dialoga en estos días en México sobre los 500 años de la caída de la capital de los aztecas. Poniendo en la discusión nuevas interpretaciones sobre las causas que llevaron a que Moctezuma, su máximo, jefe hubiera sido vencido. Entre ellos que lo acontecido “no fue una conquista de España, sino una guerra independentista de pueblos sojuzgados como Misquic, Ascapotzalco, Xochimilco y otros”, según el investigador mexicano Alberto Pérez-Amador. Tesis bastante controvertible, si se tiene en cuenta que a su llegada a Veracruz, Cortés tuvo que enfrentarse a los indígenas de Tlaxcala y a los totonecas. Estos últimos sometidos más fácilmente que los primeros, quienes tuvieron una fuerte confrontación con cientos de muertos en el área de guerra. Luego acceden a reconocer al capitán español. Principalmente, en función de aliarse para fortalecer la lucha contra los aztecas de los cuales se encontraban sometidos. Hábil estrategia del invasor español para garantizar un gran respaldo a sus escasas fuerzas para poder dominar el poderío mexica. Acción favorecida por la mediación de una mujer, la Malinche, Malintzin, o Marina quien le sirvió de intérprete para poder dialogar con los pueblos que obligaba a su sometimiento. Tanto al rey de España como a la Iglesia Católica y a su doctrina. Esto es claramente invasión o conquista de un poder externo a territorios que tenían civilizaciones avanzadas. Independiente de que internamente tuvieran sus conflictos. Identificada por largo tiempo como traidora, la Malinche es hoy reivindicada por feministas tratando de darle una interpretación diferente a su conducta. Basadas en que sus actuaciones estuvieron encaminadas a dar fuerza al avance de quienes se proponían terminar con la dominación de los aztecas. Decisión no asumida consciente ni voluntariamente puesto que ella fue entregada con otras 19 indígenas al conquistador español como un presente del pueblo indígena que lo reconocía como su nuevo amo. De tal manera que no tenía otra alternativa. De amante ocasional fue pasando a ser su compañera permanente –hasta un hijo tuvo con él- en la medida en que las acciones la colocaron en relación estrecha con el capitán. Principalmente en todo aquello que se relacionaba con la traducción de los mensajes que se cruzaban en los sucesivos conflictos que los pueblos fueron viviendo. Esto la lleva a ser protagonista indudable a lo largo del periplo de Cortés hacia la capital de los mexicas. En este caso, los mensajes cruzados, interpretados por ella, favorecieron un primer encuentro en que el jefe español y el indígena lograron una aparente tregua, de aceptación mutua; que no presagiaba el desenlace posterior del asesinato del jefe aborigen y de la caída de su dominio. Pero sí la imborrable huella de una mujer en la historia mexicana.




