El periodista y corresponsal mexicano Jesús Esquivel, autor del libro Los cárteles gringos, sostiene que Estados Unidos y la DEA han perdido la guerra contra las drogas. Según su investigación, el gobierno estadounidense se niega a enfrentar el crecimiento de sus propios cárteles internos —estructuras criminales formadas por ciudadanos norteamericanos— y prefiere culpar a América Latina por su crisis de consumo, tráfico y violencia.
Esquivel, quien lleva más de cuarenta años cubriendo la relación entre México y Estados Unidos, ha documentado con profundidad el desarrollo del narcotráfico dentro del propio territorio estadounidense. En su libro más reciente, explica cómo las autoridades norteamericanas reconocen la existencia de “cárteles domésticos”, integrados por pandillas, clubes de motociclistas y mafias locales, que controlan territorios urbanos y rurales. Estas organizaciones son responsables de buena parte del tráfico de drogas sintéticas y opioides, como el fentanilo, cuya epidemia provoca más de trescientas muertes diarias por sobredosis en Estados Unidos.
El periodista recuerda que el descubrimiento de estos cárteles se produjo durante una entrevista en Tucson, Arizona, con el entonces jefe de la DEA en esa región, Apolonio Ruiz. Durante la conversación, Ruiz admitió por primera vez que “ya tenemos cárteles en Estados Unidos”, reconociendo la existencia de redes criminales nacionales. Para Esquivel, ese momento fue revelador, porque demostraba que el problema del narcotráfico no era solo extranjero, sino que tenía raíces internas profundas.
Esa admisión —dice el periodista— marcó un punto de inflexión: el gobierno estadounidense siempre se ha victimizado, responsabilizando a países del sur como México, Colombia o los del Caribe, mientras evita aceptar que su propia demanda masiva de drogas alimenta el negocio global. Según Esquivel, Estados Unidos ha optado por una estrategia de culpar al exterior antes que reconocer su fracaso interno, lo que ha derivado en violencia, militarización y políticas erradas.
A mediados de la década pasada, la DEA y el Departamento de Justicia intentaron lanzar una iniciativa para combatir a esos cárteles domésticos, con presupuesto aprobado por el Congreso. Sin embargo, el proyecto fue cancelado por razones políticas y electorales, ya que reconocer públicamente que existen poderosos narcotraficantes estadounidenses contradecía la narrativa oficial. Para los dirigentes del país, resultaba más rentable culpar a los “narcos mexicanos o colombianos” que aceptar que el problema radica en su propio territorio y en su modelo de consumo.
Esquivel critica con dureza que Washington haya militarizado la lucha contra las drogas, especialmente bajo la presidencia de Donald Trump, quien trasladó la estrategia antidrogas al Pentágono. Según el periodista, esto no resolvió el problema, sino que incrementó la violencia y desvió la atención de lo que debería ser una cuestión de salud pública y educación, no un conflicto militar.
El periodista cita como ejemplo los recientes comunicados del Departamento de Justicia, donde se anuncian grandes golpes contra el Cártel de Sinaloa, pero al revisar los nombres de los detenidos se descubre que la mayoría son ciudadanos estadounidenses, incluso con apellidos anglosajones, y solo unos pocos son mexicanos. Para Esquivel, esto evidencia una manipulación narrativa: se presenta a los detenidos como miembros de organizaciones extranjeras, cuando en realidad forman parte de redes criminales internas.
Además, denuncia la complicidad mediática: los grandes medios estadounidenses repiten los comunicados oficiales sin investigar los detalles ni cuestionar la información. De esa manera, se perpetúa la idea de que el narcotráfico es un problema “importado”, mientras se invisibiliza a los capos gringos, como el mafioso Charlie Brown, o las redes locales que operan en territorio norteamericano. Esquivel recuerda que incluso en series de televisión y producciones de Hollywood ya se representa a estos grupos —motociclistas, pandilleros, mafias blancas— como protagonistas del tráfico interno, pero sin el mismo escándalo mediático que provocan los nombres latinos.
En la entrevista, Esquivel también comenta el impacto de la política exterior militarista de Trump, especialmente los bombardeos en el Caribe y el Pacífico bajo el argumento de combatir al narcotráfico. El periodista los califica de “operaciones ilegales e irresponsables”, pues constituyen ejecuciones extrajudiciales que violan el derecho internacional. A su juicio, los organismos internacionales guardan silencio ante estos abusos, y Trump ha actuado con impunidad al considerarse “el policía del mundo”.
Recientemente, Estados Unidos destruyó embarcaciones en aguas internacionales y ejecutó a varios presuntos narcotraficantes, pero —según Esquivel— no existen pruebas claras de que realmente lo fueran. Trump aseguró que transportaban fentanilo, aunque expertos señalan que esas rutas se utilizan para cocaína, no para opioides sintéticos. El periodista considera que tales afirmaciones son falsas y advierte que la aplicación de la Ley Patriota podría volverse en contra del propio gobierno estadounidense si otros países decidieran catalogar como terroristas a los ciudadanos norteamericanos implicados en el narcotráfico.
Finalmente, Esquivel subraya que Estados Unidos tampoco tiene voluntad de combatir el lavado de activos dentro de su sistema financiero, ya que los bancos y entidades financieras obtienen enormes ganancias del flujo de dinero ilícito. Explica que el lavado de dinero es sencillo y cotidiano en ese país: se pueden enviar grandes sumas al extranjero sin controles rigurosos, y las remesas, solo en el caso de México, dejan más de mil millones de dólares en ganancias anuales a las instituciones financieras estadounidenses.
Para Esquivel, todo esto confirma una verdad incómoda: Estados Unidos es el epicentro del capitalismo de las drogas, un país donde la demanda, la hipocresía política y los intereses económicos impiden que la guerra contra el narcotráfico tenga un final. En sus palabras, la DEA “ha perdido la guerra” porque su sistema prefiere mantener el negocio antes que solucionarlo.




