Sanae Takaichi asumió el cargo de primera ministra hace pocas semanas y ya enfrenta una de las crisis diplomáticas más complejas para Japón en años. Su declaración sobre una posible respuesta militar japonesa si China invade Taiwán ha provocado una reacción en cascada que revela hasta qué punto Beijing está dispuesto a presionar para proteger sus reivindicaciones sobre la isla.
China no solo activó advertencias contra los viajes y estudios de sus ciudadanos en Japón, sino que insinuó la posibilidad de restringir importaciones de mariscos, una señal de presión económica que ya ha utilizado en otros conflictos diplomáticos. Además, medios estatales y redes sociales amplificaron un discurso nacionalista que retoma el trauma histórico de la invasión japonesa del siglo XX.
El Partido Comunista ha aprovechado el contexto del 80.º aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial para vincular las declaraciones de Takaichi con un supuesto resurgimiento del militarismo japonés. Artículos oficiales sostienen que la primera ministra intenta superar los límites de la constitución pacifista y convertir a Japón en una potencia militar, una narrativa que permite justificar la respuesta dura de Beijing.
Aunque Japón insiste en que sus comentarios reflejan una postura defensiva ante el aumento de la actividad militar china en la región, Beijing los considera una provocación. Exige una rectificación pública y continúa reforzando su discurso sobre soberanía. La imagen del emisario japonés inclinado ante su homólogo chino se volvió viral como símbolo de lo que sectores nacionalistas celebran como una “posición firme” de China.
La disputa no solo afecta la relación bilateral, sino que tiene implicaciones regionales. Para Beijing, un Japón más fuerte complica su plan estratégico de reunificación con Taiwán; para Tokio, ceder ahora significaría debilitar su propia estrategia de seguridad en un momento de creciente tensión en el Indo-Pacífico.



