En el corregimiento de Potrerito, en Jamundí, el tiempo parece haberse detenido. Han pasado casi
dos años desde que un carro bomba explotó en medio de las viviendas, destruyendo hogares y
proyectos de vida, pero el panorama no ha cambiado: los escombros siguen ahí, las ayudas son
escasas y la esperanza se desvanece.
La tragedia ocurrió en septiembre de 2023, y aunque el atentado de hace tres días ocurrió en el
mismo punto, no es el único que han tenido que soportar. Los vecinos conviven con el miedo
constante y la sensación de estar en medio de una guerra ajena. “Vivimos esperando la próxima
explosión”, dicen con resignación.
Testimonios
Mónica Ramírez, una de las afectadas, cuenta que antes del atentado vivía de un pequeño spa
canino que había montado en su casa. Tras la explosión, perdió el negocio y su vivienda quedó
inhabitable. “Los primeros días sí vinieron del Gobierno, pero después nunca más. Nos dejaron
solos”, asegura con tristeza. Como ella, decenas de familias viven entre ruinas, algunas con techos
improvisados, otras refugiadas en casas de familiares.
La reciente visita del ministro de Defensa, Pedro Sánchez, al lugar del nuevo atentado, avivó el
reclamo colectivo. Aunque fue recibida como un gesto necesario, los pobladores no ocultaron su
escepticismo: “Ya estamos cansados de cámaras y promesas. Necesitamos hechos”, expresó otro
habitante.
Inseguridad
Uno de los reclamos más fuertes tiene que ver con la ubicación de la subestación de Policía. Está
instalada justo en medio de las viviendas, y los vecinos aseguran que esa es la razón por la cual los ataques armados terminan afectando a los civiles. “Nosotros ponemos los muertos, pero la guerra
no es nuestra”, reclaman.
A pesar de los reiterados llamados a las autoridades locales y nacionales, la estación permanece
en el mismo sitio, y con cada atentado, los daños colaterales recaen sobre los mismos. La
población, además de exigir el traslado, pide una intervención estructural: reconstrucción de
viviendas, atención psicológica, seguridad real.
Mientras tanto, la comunidad sigue resistiendo. Con fuerza, pero también con cansancio. Entre
ruinas y recuerdos, los habitantes de Potrerito viven cada día con la incertidumbre de lo que
pueda pasar mañana.




