Se le quedo su ataúd

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El camino se quebró en la vereda Yarumal de Padilla, Cauca. John Jairo Penagos iba en moto con su esposa, cruzando el polvo y la brisa, cuando hombres armados lo interceptaron. No hubo tiempo para negociar. Según las autoridades, hubo una breve disputa, un forcejeo, un intento de resistencia. Le robaron algunas pertenencias, pero no se conformaron con eso. Le dispararon. Lo dejaron sin vida. A ella, herida. El pavimento quedó en silencio. El viento se detuvo. La moto quedó encendida, como si aún esperara avanzar.

John Jairo era oriundo de Miranda, Cauca. Su vida estaba tejida entre el oficio y el afecto. Laboraba en una funeraria de Palmira, Valle, donde era conocido por su trato humano, por su manera de acompañar a las familias en sus duelos, por su voz serena en medio del dolor. No era solo un trabajador. Era un puente entre la pérdida y el consuelo. Penagos, como le decían sus compañeros, tenía una forma de mirar que calmaba. Y una devoción por su esposa que todos reconocían. Estuvo con ella hasta el último segundo. Hasta que la violencia lo arrancó del asiento, del aire, del mundo.


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