En Pasto, cada ocho días, un grupo de jóvenes se reúne no para rezar bajo dogmas ni para seguir ritos tradicionales, sino para sanar. Lo hacen en círculos de conversación íntimos, en parques, salas prestadas o casas abiertas al encuentro.
Son parte de una comunidad nacida del impulso de tres jóvenes que vivieron en Medellín: Daniel Burbano, Alejandra Viteri y Yulissa Quintero. Al regresar a su ciudad, no hallaron espacios espirituales auténticos donde los jóvenes pudieran hablar desde el alma. Así, decidieron crear uno.
Aquí no hay etiquetas ni estructuras rígidas. Se habla del dolor, del abandono emocional, de los miedos que pesan en el pecho. También del perdón, de la reconciliación con la familia, con la ciudad, con uno mismo. Lo espiritual no se impone; se comparte. Siempre está presente la palabra de Dios, pero sin ataduras religiosas. El propósito es claro: crecer como individuos, descubrir el sentido de la vida, aprender a vivir en abundancia.
Los encuentros giran en torno a tres ejes: crecimiento espiritual, desarrollo personal y formación financiera. Las herramientas son tan variadas como humanas: testimonios, ejercicios de introspección, mensajes de fe y estrategias para tomar decisiones importantes. Y los resultados, según muchos asistentes, son transformadores. Ya son decenas quienes afirman haber superado duelos, bloqueos emocionales y depresiones.
