Ritmos y raíces que narran un territorio

[responsivevoice_button voice="Spanish Latin American Male" buttontext="Escuchar Noticia"]
Compartir en

La tradición, la música y la danza convergen en un legado ancestral que mantiene viva la identidad cultural del Cauca.

Un territorio de memorias vivas

Gran parte de esta región se encuentra en el Macizo Colombiano, un escenario natural que ha sostenido, por siglos, culturas milenarias. En municipios como Silvia y sus veredas, los pueblos Misak y Guambianos preservan saberes que dialogan diariamente con la montaña, el páramo y los volcanes. Allí, quien llega no solo observa paisajes, sino que entra en contacto con tradiciones que siguen intactas: tejidos, agricultura ancestral, medicina propia, gastronomía andina y rituales que expresan la relación espiritual con la tierra.

Los mercados indígenas, las tulpas, los tejidos con simbologías de origen y las mingas comunitarias revelan una cotidianidad marcada por el trabajo colectivo y la diversidad. Este territorio continúa siendo un epicentro gastronómico donde productos como la papa amarilla, el maíz, la trucha, las sopas tradicionales y la bebida de cacao hacen parte de una cocina heredada y profundamente identitaria. Así, la tradición no es un recuerdo, sino un presente que orienta la vida comunitaria.

El sonido que une montañas, valles y mar

La riqueza musical de este territorio se expresa en tres joyas patrimoniales: la chirimía, la marimba de chonta y los violines negros.

La chirimía, presente desde tiempos remotos en procesiones, fiestas y encuentros rurales, ha sido cuidada por músicos como Walter Felipe Meneses, artesano y heredero de una tradición familiar que ha formado generaciones. Con tamboras, carrizos, redoblantes y charrascas, esta música acompaña celebraciones religiosas y populares desde la cordillera hasta los pueblos más apartados.

Más hacia el Pacífico, la marimba de chonta se convierte en un instrumento sagrado. Su sonido, elaborado con guadua y madera de palmera de chontaduro, simboliza sanación, espiritualidad y comunidad. Artistas como Salomé Gómez Burbano resaltan su papel transformador, en especial durante celebraciones religiosas y encuentros colectivos.

Finalmente, los violines negros guardan una historia marcada por la resistencia. Surgidos en haciendas coloniales del siglo XVII, fueron reconstruidos por manos afrodescendientes con calabazo, totumo, caparazones y maderas locales. Su música, cargada de simbolismos espirituales, incluso dio origen a fenómenos como el empautamiento en el Valle del Patía, donde la narrativa del violín dialoga con lo místico y lo sagrado.

El cuerpo como lenguaje ancestral

Las danzas típicas son un reflejo profundo de la vida indígena, campesina y afrodescendiente. En las comunidades andinas, rituales como el matrimonio guambiano mantienen un carácter sagrado y solo pueden ser interpretados por miembros de la comunidad. Otras expresiones, como el bambuco sotareño, la danza de la coca o la danza de la sal, narran labores cotidianas y celebraciones comunitarias.

En los pueblos yanaconas, el bambuco rioblanqueño honra la tierra y el trabajo colectivo después de las mingas. El vestuario, desde la chalina y la puchicanga hasta la ruana y el sombrero, conserva códigos que hablan de identidad y territorio.

En la zona costera, el currulao —ritmo profundo de marimba— une lo festivo y lo espiritual, bailado tanto en celebraciones como en rituales fúnebres. Y en el Patía, el bambuco patiano destaca por su colorido vestuario y su energía comunitaria, convirtiéndose en una de las expresiones más representativas del sur del país.


Compartir en

Te Puede Interesar