Seis años después de la muerte de Jeffrey Epstein, el magnate acusado de liderar una red internacional de explotación sexual de menores, el caso sigue siendo una herida abierta en la sociedad estadounidense. A pesar de los intentos del presidente Donald Trump por darlo por cerrado, las demandas de transparencia y la presión de las víctimas y de algunos de sus propios seguidores mantienen vivo el escándalo.
Las víctimas alzan la voz
Una de las figuras más visibles en esta nueva ola de exigencias es Marina Lacerda, una mujer brasileña de 37 años que fue abusada por Epstein desde los 14. Tras años de anonimato bajo el seudónimo judicial “Menor víctima 1”, decidió dar la cara y encabezar una movilización ante el Congreso de Estados Unidos, junto a decenas de otras mujeres. Reclaman que el FBI y el Departamento de Justicia hagan públicos todos los documentos relacionados con el caso, que incluirían pruebas, registros financieros, comunicaciones y listas de contactos de Epstein.
El Departamento de Justicia ha reconocido que las víctimas podrían superar las 1.000 mujeres y que el magnate organizaba encuentros diarios con múltiples menores, en su mansión de Nueva York o en su isla privada del Caribe.
Trump y Epstein: una relación incómoda
El escándalo también persigue a Donald Trump, quien fue amigo íntimo de Epstein durante más de 15 años. Fotos, vídeos y testimonios confirman su cercanía en la década de 1990 y principios de los 2000. En 2002, el propio Trump llegó a declarar: “Conozco a Jeff desde hace quince años. Es un tipo fantástico. Se dice que le gustan las mujeres hermosas tanto como a mí, y muchas de ellas están en el lado más joven”.
Durante su campaña presidencial, Trump utilizó el “caso Epstein” como arma política, acusando a los demócratas de ocultar la famosa ‘lista de clientes’ del pederasta. Sin embargo, una vez en el poder, cambió radicalmente de postura, asegurando que la lista no existe y calificando el tema como una “estafa demócrata”.
Esa contradicción ha generado fracturas incluso dentro del movimiento MAGA. Figuras influyentes de la derecha, como Joe Rogan o la congresista Marjorie Taylor Greene, han exigido la publicación completa de los documentos, desafiando la línea oficial de la Casa Blanca.
El silencio de Ghislaine Maxwell
La otra gran figura del caso es Ghislaine Maxwell, expareja, cómplice y reclutadora de menores para Epstein. Condenada en 2021 a 20 años de prisión, ha sido trasladada recientemente a una cárcel de mínima seguridad en Texas. Aunque muchos esperaban que revelara los nombres de los poderosos involucrados, Maxwell ha guardado silencio. En julio de 2025 recibió la visita del fiscal general adjunto Todd Blanche, una acción que levantó sospechas, especialmente después de que declarara que ni Trump, ni Bill Clinton, ni el príncipe Andrés habían cometido actos indebidos.
El silencio de Maxwell ha alimentado teorías conspirativas y sospechas de encubrimiento, especialmente porque existen indicios de que Trump podría indultarla. El presidente no ha negado esa posibilidad: “Tengo derecho a ofrecer el indulto presidencial. Lo he hecho antes, pero esta vez nadie me lo ha pedido”, dijo en agosto.
Los documentos secretos y las teorías
El FBI mantiene bajo reserva decenas de miles de páginas de material sobre el caso. Aunque un comité del Congreso ya tiene acceso a 33.000 documentos, el Partido Republicano ha bloqueado su publicación, alegando razones de seguridad nacional. Este secretismo ha disparado las teorías conspirativas, que giran en torno a tres preguntas principales:
- ¿Quiénes eran los clientes y cómplices de Epstein?
- ¿De dónde provenía su enorme fortuna?
- ¿Fue realmente un suicidio su muerte en prisión?
Algunas versiones sostienen que Epstein actuaba como agente de inteligencia israelí, lo que explicaría su riqueza y sus vínculos con figuras del poder global. Su patrimonio, valorado en 600 millones de dólares, fue heredado por su hermano, Mark Epstein, quien exige reabrir la investigación sobre la muerte del financiero. Mark afirma que el video de vigilancia de la noche del presunto suicidio fue manipulado, eliminando el momento en que alguien podría haber entrado en la celda.
Un caso que amenaza al poder
El caso Epstein también salpica a figuras de la élite internacional: desde Bill Clinton y Bill Gates hasta Elon Musk, el príncipe Mohammed bin Salman, e incluso líderes religiosos como Juan Pablo II, según las fotos halladas en la mansión de Epstein. Los medios, como The New York Times y The Wall Street Journal, han revelado pruebas adicionales, incluyendo una carta de felicitación de Trump a Epstein en 2003 con un dibujo obsceno, cuya autenticidad está siendo evaluada por los tribunales.
La publicación de esa carta desató la furia del presidente, que demandó a Rupert Murdoch y a The Wall Street Journal por difamación, exigiendo 10.000 millones de dólares. Según el periodista Michael Wolff, autor de Fuego y furia, esta filtración podría haber sido una advertencia directa de Ghislaine Maxwell a Trump, insinuando que aún posee información comprometedora, incluso videos.
El trasfondo financiero
Las investigaciones financieras apuntan a que Epstein movió más de 1.100 millones de dólares mediante 5.000 transferencias sospechosas, muchas a través del banco JPMorgan, que continuó operando con él incluso tras su primera condena por pederastia. Se sospecha que parte de esos fondos procedían de su relación con Leslie Wexner, fundador de Victoria’s Secret, y de Valar Ventures, una firma vinculada al inversionista Peter Thiel, aliado clave de Trump.
Epstein, Trump y el legado de la impunidad
El legado del caso Epstein es el retrato de una red de poder, dinero, sexo y silencio, en la que confluyen políticos, empresarios y celebridades de ambos partidos. Aunque no existen pruebas directas que involucren a Trump en los crímenes sexuales, su amistad con Epstein, sus contradicciones públicas y su bloqueo de información mantienen viva la sospecha.
La mayor paradoja es que los mismos seguidores que lo defienden —los sectores más radicales del trumpismo— son ahora quienes lo presionan para cumplir su vieja promesa: “revelarlo todo”. Pero el presidente parece más interesado en enterrar el caso que en enfrentarlo, consciente de que podría ser el único escándalo capaz de poner en riesgo su poder.




