La COP30 amaneció en medio de una tensión creciente cuando, desde las primeras horas del día, una multitud de indígenas del pueblo Munduruku y de otras comunidades amazónicas se concentró frente a la entrada principal del recinto oficial. Los manifestantes avanzaron en bloque, sosteniendo escudos artesanales, tambores y pancartas donde se leía: “Nuestra tierra no se vende”, “El clima también somos nosotros” y “Sin selva no hay futuro”. El bloqueo duró varias horas, durante las cuales las delegaciones internacionales se vieron obligadas a usar accesos secundarios. Muchos de los delegados, sorprendidos, expresaron que nunca habían visto una protesta tan organizada dentro de una conferencia climática.
Los líderes indígenas denunciaron que, aunque existen cientos de representantes acreditados, su participación es simbólica. Afirman que sus intervenciones no son escuchadas en las mesas de negociación principales, donde —según ellos— predominan los intereses de las grandes empresas petroleras y mineras. Varias barreras de seguridad se reforzaron ante la presencia creciente de manifestantes. Soldados y policías federales rodearon el área, aunque no se registraron actos violentos. Los indígenas mantuvieron una postura firme pero pacífica: formaron una gran cadena humana y comenzaron un canto colectivo que retumbó durante toda la mañana, obligando a los organizadores a abrir una ronda urgente de diálogo.
El presidente Lula da Silva aún no se pronuncia públicamente sobre la protesta, pero fuentes internas de la cumbre revelan que el gobierno enfrenta fuertes presiones para demostrar que la Amazonía es realmente una prioridad política, no solo un compromiso discursivo.
