La capital del Cauca vive una de sus épocas más significativas del año: la Semana Santa, una celebración que no solo representa un acto de fe, sino también un legado cultural que ha sido preservado por más de cuatro siglos y medio. Reconocida por la UNESCO como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad en 2009, esta tradición convierte a Popayán en un epicentro de espiritualidad y cultura en América Latina.
Las procesiones nocturnas, que se han mantenido casi intactas desde hace más de 460 años, son el corazón de esta conmemoración. Cada año, miles de feligreses y turistas recorren en silencio las calles empedradas del centro histórico acompañando las imágenes sagradas, una tradición que los habitantes de la ciudad han conservado con orgullo y devoción.
Más que religión: una agenda cultural diversa
Además de las expresiones religiosas, Popayán ofrece una agenda cultural que atrae a visitantes de todo el país y del extranjero. Este año se celebran eventos como:
- El Festival de Música Religiosa, en su versión número 62
- La exposición artesanal “Manos de Oro”
- La Exposición Nacional de Orquídeas
- Expocauca, organizada por Acopi Cauca
- El Congreso del Achiote y el Maní, que resalta los sabores y saberes del territorio
Cada uno de estos eventos enriquece la experiencia de la Semana Mayor, posicionando a Popayán como un destino que mezcla fe, arte, tradición y turismo.
Seguridad garantizada para residentes y visitantes
Para recibir a los miles de asistentes que llegan a la ciudad, la Alcaldía de Popayán ha desplegado un robusto plan de seguridad. Más de 500 policías han sido ubicados en puntos estratégicos como iglesias, museos y rutas de las procesiones. Asimismo, se ha trabajado con organismos de socorro para disponer de voluntarios y ambulancias con atención prehospitalaria, garantizando así una celebración segura y ordenada.
Un legado que une generaciones
La Semana Santa en Popayán no es solo un evento religioso; es un símbolo de identidad colectiva. Para los payaneses, esta tradición representa la unión entre generaciones que, año tras año, participan en la preparación y realización de los rituales. Es también un momento de reflexión espiritual que reafirma la fe católica y pone en valor la riqueza cultural de una ciudad que ha sabido conservar su esencia a través del tiempo.




