Las decisiones políticas en nuestras ciudades tienen un impacto directo en el bienestar de los ciudadanos, especialmente cuando los gobernantes carecen de una verdadera conciencia de clase.
Las políticas públicas no siempre responden a las necesidades de la mayoría, sino que frecuentemente priorizan a sectores privilegiados, perpetuando la desigualdad. Lo que muchos políticos presentan como soluciones, en realidad, son medidas superficiales que no atacan la raíz de los problemas sociales.
La falta de una verdadera conciencia de clase se refleja en decisiones que no priorizan la educación, la salud ni el empleo digno. En lugar de generar cambios estructurales que favorezcan a las clases más bajas, lo que se observa es un constante desinterés por los problemas cotidianos de quienes viven en condiciones de vulnerabilidad.
Los políticos, en lugar de actuar como verdaderos representantes del pueblo, parecen más preocupados por mantener su poder y sus privilegios. Esta desconexión con las realidades de las clases populares termina afectando a las ciudades, retrasando su desarrollo y perpetuando las brechas sociales, que nos han afectado durante siglos.
La realidad es clara, sin embargo, estos desniveles en la comunidad que deberían ser exterminados. Sin conciencia de clase, la política se convierte en un juego de intereses, no en una herramienta de transformación social.
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