Polémica: ¿Solidaridad con los presos de El Barne?

Internos de la cárcel El Barne en Cómbita, Boyacá, denuncian grave desabastecimiento de insumos básicos. Mientras piden ayuda, la ciudadanía se pregunta: ¿Dónde empieza la humanidad y dónde termina la impunidad?
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“No tenemos ni dónde dormir”

Desde hace más de seis meses, personas privadas de la libertad en el centro penitenciario y carcelario El Barne, ubicado en Cómbita, Boyacá, viven una situación de grave desabastecimiento de elementos básicos como colchonetas, cobijas y tendidos. La denuncia fue hecha pública por una psicóloga vocera de la campaña solidaria, quien aseguró que la crisis de habitabilidad ya fue informada al INPEC, pero la respuesta ha sido que los insumos llegarían hasta finales de este año.

El llamado que hace la vocera es a la solidaridad ciudadana: “Acudimos al generoso y amable corazón de la comunidad para solicitar apoyo con donaciones”, indicó, precisando que estas pueden entregarse en la Oficina de Atención al Ciudadano del centro carcelario.

¿Cárcel o centro de descanso forzoso?

La situación no deja de ser compleja. Nadie merece dormir en el suelo. Nadie debería pasar frío noche tras noche. Sí, son internos, pero siguen siendo seres humanos.

Sin embargo, el debate es otro: ¿Qué está pasando en nuestras cárceles? ¿El problema es solo la falta de cobijas o es que el sistema penitenciario dejó de ser correctivo para volverse simplemente pasivo?

Porque mientras afuera la ciudadanía enfrenta inseguridad, robos, violaciones y asesinatos, adentro —para muchos— pareciera que se garantiza techo, comida y ahora se pide dotación. Y eso toca fibras. Duele. Enoja.

No porque no merezcan condiciones dignas, sino porque muchos ciudadanos sienten que la cárcel se convirtió en un hospedaje sin productividad.

¿Y si trabajaran por su bienestar?

Aquí no se trata de negar lo humanitario. Se trata de repensar el sistema penitenciario. En países como Noruega o en proyectos piloto en Colombia, las cárceles han dejado de ser solo sitios de reclusión y depósitos humanos para convertirse en espacios de disciplina y transformación real. El interno no solo “cumple condena”, trabaja para sostenerse, produce, estudia, repara, cambia.

¿Por qué no implementar algo similar en El Barne ¿Por qué no establecer un sistema en el que el interno gane sus elementos básicos a través del trabajo y no solo espere donaciones?

No hablamos de castigo físico, hablamos de responsabilidad, esfuerzo, conciencia y transformación. Si un ciudadano trabaja para sostener su vida en libertad, ¿por qué no exigir lo mismo, proporcionalmente, a quien infringió la ley?

  • ¿Qué pasa, por ejemplo, en El Salvador? Allí, bajo el modelo penitenciario impulsado por el gobierno de Nayib Bukele, las personas privadas de la libertad son obligadas a trabajar como parte del proceso de cumplimiento de condena.

Desde la construcción de obras públicas, jornadas de limpieza urbana, hasta la producción de bienes para el Estado, el enfoque es claro: “Si se quiere recibir, primero hay que aportar. Si se cometió un crimen, se tiene que pagar. No solo con tiempo, sino con esfuerzo real.”

Las condiciones allá no son suaves. La política es polémica, sí, pero los resultados han sido notorios en términos de control de estructuras criminales y reducción de reincidencia.

¿Eso significa que hay que replicar todo? No necesariamente. Pero sí invita a preguntarnos: ¿Qué sentido tiene un sistema carcelario que encierra a alguien para solo alimentarlo, dejarlo dormir, y esperar a que cumpla años sin ninguna exigencia de reparación?

En Boyacá, como en muchas regiones del país, hay talento, saberes, fuerza laboral e incluso infraestructura que podría usarse para darle un giro al modelo carcelario. El interno no puede seguir siendo solo un “recluido”. Tiene que convertirse en un “responsable”.

Entre la compasión y la justicia

Hay quienes dicen que es cruel negarse a ayudar. Pero también hay quienes preguntan: ¿Acaso pensaron en colchonetas cuando extorsionaban, cuando robaban, cuando violaban y mataban?

No es odio. Es memoria. Es justicia. Porque afuera también hay familias destrozadas. Gente que quedó sin papá, sin mamá, sin hijos, sin trabajo, por culpa de quienes hoy están privados de la libertad.

Y aunque se entienda el dolor de las familias de los internos, también hay que decirlo: el dolor de las víctimas y sus familias sigue vigente. Ellos no piden colchonetas. Piden justicia, seguridad, respuestas.

La cárcel no puede ser una pausa

La privación de la libertad no puede ser solo una espera. Tiene que ser un proceso de corrección, de exigencia, de reconstrucción.
Hoy, en El Barne, se necesita ayuda, sí. Pero también se necesita una transformación estructural.

Que el sistema penitenciario no siga siendo un lugar donde se come, se duerme y se espera. Que sea un espacio donde quien cometió un delito entienda, repare y se esfuerce por volver a ser útil para la sociedad.

Sí, necesitan colchonetas. Pero la verdadera pregunta es: ¿están pagando sus delitos o simplemente esperando que pase el tiempo?

La solidaridad sí, pero con justicia

El llamado a la solidaridad con los internos de El Barne no puede convertirse en un nuevo capítulo de la impunidad disfrazada de compasión. Que se garantice la dignidad, sí. Pero también que se exija la productividad. Que se ayude, sí. Pero que no se olvide por qué están ahí.

Porque ser humano no es solo recibir. También es aprender, asumir y transformarse. Y eso no se logra acostado sobre una colchoneta nueva. Se logra trabajando por ella.


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