El desgobierno va de mal en peor y la caída de sus promesas solo confirman su falta de ejecución.
El Congreso ha sido el escenario donde las otras grandes banderas del petrismo se han venido abajo. La reforma laboral, de la salud y la pensional, todas se estrellaron contra una realidad que el mandatario parece incapaz de entender: el consenso y el diálogo son esenciales en una democracia. El presidente no ha sabido ni querido construir acuerdos, y el resultado es la parálisis legislativa.
Gustavo Petro llegó al poder prometiendo transformar a Colombia desde sus cimientos. Ilusionó a millones con la retórica del cambio y las promesas de un país más justo, con más oportunidades y, sobre todo, con paz. Pero a dos años de su gobierno, lo único que ha logrado es dejar un país más dividido, más desconfiado y, sin duda, más desesperanzado. Las reformas, esas grandes banderas de su administración, se están hundiendo en el Congreso como un barco sin timón, y la caída de Petro parece más estrepitosa con cada día que pasa. La “Paz Total”, quizá su proyecto más emblemático, se ha convertido en el mayor fracaso de su gestión.
Lejos de desmovilizar a los grupos armados, la política solo les ha dado tiempo y aire para rearmarse, expandir su control territorial y fortalecerse como nunca antes. Mientras el Gobierno firma acuerdos y se sienta a dialogar con quienes solo conocen el lenguaje de las armas, los ciudadanos son las verdaderas víctimas.
La violencia no ha disminuido; por el contrario, regiones como el Catatumbo, el Cauca y Arauca viven hoy escenarios de guerra que parecían superados.
“Paz Total”
La paz no es más que humo. Pero si la “Paz Total” fracasó en su propósito, lo mismo puede decirse de su reforma agraria, otra promesa que se quedó en los discursos de plaza. La entrega de tierras, anunciada con bombo y platillo, no ha tenido ningún impacto real en las comunidades campesinas. El campo colombiano sigue abandonado, los pequeños productores continúan en la miseria y la pobreza rural aumenta mientras el gobierno se pierde en sus propias burocracias y anuncios vacíos.
El Congreso ha sido el escenario donde las otras grandes banderas del petrismo se han venido abajo. La reforma laboral, la reforma a la salud y la pensional, todas se estrellaron contra una realidad que el presidente parece incapaz de entender: el consenso y el diálogo son esenciales en una democracia. Petro no ha sabido ni querido construir acuerdos, y el resultado es la parálisis legislativa. Sus reformas no solo carecen de apoyo, también carecen de sentido para un país que demanda soluciones inmediatas y no más promesas.
El presidente se quedó solo. Los aliados que antes lo acompañaban ahora guardan silencio o marcan distancia, conscientes del desgaste de un gobierno que perdió el rumbo. La popularidad de Petro cae en picada porque los colombianos ya no creen en las palabras bonitas, ni en los discursos incendiarios.



