La reciente decisión del gobierno peruano de suspender relaciones diplomáticas con la administración de Andrés Manuel López Obrador profundizó la distancia entre ambos países, luego de que la exministra Betssy Chávez recibiera protección política en territorio mexicano. Lima interpretó este gesto como una intromisión en sus asuntos internos, mientras desde la Secretaría de Relaciones Exteriores se defendió el asilo como un acto humanitario dentro del marco legal internacional.
El canciller Hugo de Zela aclaró que esta medida no afecta los servicios consulares, por lo que los ciudadanos de ambas naciones continuarán bajo resguardo diplomático. Aun así, el anuncio fue leído como una señal de desconfianza hacia la política exterior impulsada por el mandatario mexicano, caracterizada por su respaldo a figuras perseguidas políticamente en la región.
Esta no es la primera vez que el país norteamericano enfrenta un escenario similar. En abril de 2024 se rompieron los lazos con Ecuador, después de que la policía de ese país ingresara por la fuerza a la embajada mexicana en Quito para detener al exmandatario Jorge Glas, quien había solicitado refugio por presunta persecución.
Hechos como este se suman a antiguos episodios de distanciamiento con Chile en 1974, durante la dictadura de Augusto Pinochet, y con Nicaragua en 1979 bajo el régimen de Anastasio Somoza. Estas decisiones históricas evidencian una constante en la política exterior mexicana: la defensa del asilo político y la soberanía como pilares de su diplomacia.




