Perros, pánico y poder: los aperreadores que ayudaron a someter al Perú

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Durante la conquista de América los españoles no sólo trajeron armas de fuego, caballos y tácticas militares europeas: también emplearon perros adiestrados con fines bélicos y represivos. En el territorio que luego sería el Virreinato del Perú, las jaurías —compuestas por mastines y perros de presa traídos desde la península ibérica— tuvieron un papel visible en combates, apresamientos y castigos ejemplares contra poblaciones indígenas, incluida la élite incaica. Esta práctica, conocida como aperreamiento o “aperrear”, combinaba la eficacia militar con un componente de terror psicológico que facilitó la dominación y el sometimiento.

¿Qué eran los “aperreadores” y cómo funcionaban las jaurías?

Los aperreadores eran soldados o especialistas que cuidaban, adiestraban y manejaban perros de guerra. Estos canes —a menudo cruces de mastines, alanos y otras razas grandes— eran acondicionados para atacar en grupo, romper formaciones y aterrorizar a los enemigos. En muchos relatos de la época se describen collares con pinchos, petos de cuero, y modalidades de adiestramiento muy cruentas: además del entrenamiento físico, hay fuentes que señalan que algunos perros eran “cebados” con carne humana o de prisioneros para hacerlos más agresivos frente a poblaciones que nunca habían visto animales de ese tamaño y ferocidad. Esa imagen monstruosa —a ojos de indígenas que no conocían perros tan grandes— multiplicaba el efecto de shock en los enfrentamientos.

Uso militar y punitivo en el Perú: ejemplos históricos

Al llegar a los Andes, las fuerzas de la conquista —entre ellas las comandadas por Francisco Pizarro y sus subalternos— integraron perros a sus columnas. Los canes intervinieron en operaciones de captura (por ejemplo, durante la detención de Atahualpa se documentan múltiples instrumentos y recursos empleados por los españoles, y hay registros de uso de perros en campañas andinas posteriores), y también se emplearon en campañas de “pacificación” contra resistencias locales, donde la violencia ejemplar buscaba disuadir rebeliones. Además, en pleitos y castigos -según crónicas y estudios posteriores- los perros sirvieron como forma de ejecución pública y humillación que reforzaba el poder colonial.

Fuentes y perspectivas historiográficas

La mayor parte de la evidencia proviene de crónicas contemporáneas y de estudios históricos posteriores que analizan la iconografía y las memorias de la conquista. Cronistas españoles (y más tarde historiadores y etnógrafos) describieron tanto la eficacia militar de los perros como su impacto terrorífico en poblaciones indígenas. Investigaciones académicas han abordado este fenómeno desde varias perspectivas: etnohistórica (cómo las sociedades indígenas percibieron a los perros), militar (el papel táctico de las jaurías) y ética (la crueldad del uso de animales en castigos). Hay también trabajos que colocan el uso de perros en un marco más amplio: el empleo de tecnologías de violencia —caballos, armas de fuego, enfermedades— que, en conjunto, facilitaron la conquista europea.

Consecuencias y legado

El uso de perros de guerra dejó huellas materiales y simbólicas: documentó una manera de ejercer el poder colonial basada en la coerción física y el espectáculo punitivo. Para comunidades indígenas fue, además de un daño inmediato (heridos y muertos), una experiencia de traumatización colectiva que reforzó la subordinación. En la memoria histórica contemporánea, las referencias a los perros de la conquista aparecen en investigaciones, museografía y narrativa popular (a veces mitificada), lo cual obliga a contrastar fuentes y a distinguir entre testimonios literarios, crónicas y evidencias arqueológicas o documentales verificadas.

¿Entre mito y realidad?

Es importante separar la documentación histórica del folclore. Figuras caninas famosas en las crónicas —como Becerrillo, que aparece en relatos sobre campañas en el Caribe y otras regiones— alimentaron leyendas que luego se proyectaron sobre distintos episodios de la conquista, incluido el Perú. Los estudios académicos advierten que la narrativa puede exagerar detalles para dramatizar, pero coinciden en que el uso de perros con fines militares y punitivos fue real y generalizado en la América colonial.


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