Cuando el delito ya no sorprende, algo anda muy mal
El miércoles 17 de abril, la Policía Nacional capturó a un hombre de 31 años en el barrio Fátima de Duitama, luego de que este presuntamente hurtara varios elementos de un establecimiento comercial.
Según el reporte oficial, los uniformados actuaron con rapidez tras ser alertados del hecho. En pocos minutos, lograron interceptar al presunto responsable, quien fue puesto a disposición de la autoridad competente para que responda por el delito de hurto.
Hasta ahí, todo bien. Pero la pregunta que ronda en el aire —y en la mente de los duitamenses— es: ¿Y ahora qué? ¿Esta captura será el inicio de un proceso real o será otra vuelta más en la puerta giratoria de la justicia?
¿Qué dice la ley? ¿Qué tan lejos puede llegar este caso?
El hurto está tipificado en el artículo 239 del Código Penal Colombiano y se castiga con penas de 32 a 108 meses de prisión, dependiendo de circunstancias como el valor de lo hurtado, reincidencia o el uso de violencia.
Pero como bien lo sabe la gente, no basta con capturar. Si no hay una denuncia formal, si no se presentan pruebas sólidas, si no se sigue el proceso judicial hasta el final, todo puede quedarse en nada.
Y es aquí donde entra el otro problema: la falta de denuncias formales.
¿Denunciar? Claro que sí, pero no es tan fácil
Muchas veces se repite desde las instituciones el discurso de: “denuncien, colaboren, actúen”. Pero ¿Qué pasa con el miedo? ¿Con las represalias? ¿Con los ladrones que tienen familia que amenaza? ¿Con ese sentimiento de que, si uno se atreve a denunciar, se expone más de lo que se protege?
Denunciar formalmente es necesario. Vital. Imprescindible. Pero también es entendible que muchas víctimas lo piensen dos veces. El miedo es real. El dolor es real. La inseguridad jurídica es real.
Por eso este llamado debe hacerse con responsabilidad: La comunidad debe denunciar, sí, pero el Estado debe garantizar que denunciar no se convierta en una sentencia para la víctima.
La captura no es suficiente: ¿y el después qué?
Lo que más le duele hoy a Duitama no es que roben. Es que roban, los cogen… y luego vuelven. La ciudadanía no quiere más comunicados, quiere resultados. Procesos reales. Condenas ejemplares. Presencia constante. Respuestas contundentes.
Porque sí, se reconoce: la Policía ha venido actuando con mayor frecuencia. Se han visto más capturas, más operativos, más reacción. Eso es cierto. Pero también es cierto que si esas acciones no terminan en sanciones reales, todo queda en capturas decorativas.
La administración municipal ha planteado estrategias, ha hablado de planes de seguridad, ha implementado programas… pero el crimen sigue creciendo. Entonces, ¿Qué tan efectivas están siendo esas estrategias si el miedo y el delito no bajan?
Esto no es percepción. Esto es realidad diaria
No es que Duitama esté “percibiendo” más inseguridad. Es que la está viviendo. La está sintiendo. La está padeciendo.
Porque cuando todos los días hay casos nuevos, cuando los comerciantes cierran con miedo, cuando los vecinos comparten videos de robos en redes cada semana, ya no se trata de percepción. Se trata de abandono.
Y la ciudadanía está cansada. Harta. Desesperada. Porque no hay nada más peligroso que una sociedad que siente que está sola.
¿Capturas sin condena? Si todo se queda en la estación, la justicia se convierte en rutina. Y la rutina, en costumbre.
Justicia que no castiga, alimenta el crimen
Este nuevo caso en el barrio Fátima debe ser un punto de quiebre. Que la captura no sea el final, sino el inicio de un proceso que realmente garantice justicia.
Porque de lo contrario, seguiremos atrapados en un círculo en el que el delincuente cae… y al otro día se ríe desde la calle.
Y eso, en un país ya roto por la impunidad, es lo peor que puede pasar.
La estrategia tiene que dolerle al crimen, no al ciudadano.




