Nostalgia digital: extrañamos una internet que nunca existió

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Hay una generación —y no solo la de los millennials— que siente nostalgia por una internet que, en realidad, nunca conoció. Hablamos con cariño de los tiempos en que “todo era más auténtico”, cuando los foros eran sinceros, los blogs personales parecían diarios abiertos y los memes se compartían sin marca de agua. Pero si uno mira bien, esa internet pura y libre probablemente nunca existió. Era un mito en construcción.

Lo que añoramos no es un momento histórico, sino una sensación: la idea de que internet era un lugar, no un producto. En sus primeros años, la red se sentía como una frontera salvaje, un espacio para experimentar sin expectativas. Nadie pensaba en algoritmos ni en monetización. La validación venía de una respuesta en un hilo, no de un contador de likes. Era un anonimato con alma.

Con el tiempo, las grandes plataformas domesticaron esa energía. Internet dejó de ser un vecindario para volverse un centro comercial. Cada clic se volvió medible, cada emoción, vendible. Y aunque ahora hay más conexión que nunca, también hay menos misterio. Todo parece diseñado para entretenernos, no para sorprendernos.

La nostalgia digital es, en parte, una resistencia. Una forma de recordarnos que la red también puede ser un espacio de creación, de comunidad, de rareza. Pero también es una trampa: mirar hacia atrás nos hace olvidar que la internet de hoy, con todos sus defectos, sigue siendo un territorio maleable. Aún hay rincones donde la gente comparte sin cálculo, crea por placer y se encuentra sin buscarlo.

Quizás lo que extrañamos no es una versión anterior del internet, sino una versión anterior de nosotros mismos: aquella que se conectaba con curiosidad, no por hábito.

La red nunca fue inocente, pero solía sentirse viva. Y aunque los gigantes tecnológicos la hayan llenado de luces de neón, todavía hay grietas donde la vieja magia se cuela. Solo hay que saber mirar entre los anuncios.


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