Cuando Siria fue readmitida de nuevo en la Liga Árabe en mayo, parecía como si la apuesta del presidente sirio, Bachar el Asad, por rehabilitar los apoyos a su régimen tras años de reprimir brutalmente a sus opositores había tenido éxito. Al acoger de nuevo a Siria en el redil árabe, los líderes que en su día abogaron por la destitución de El Asad han dado un paso atrás en sus intentos de presionar al régimen. Sin embargo, el conflicto sirio continúa y hoy los Estados árabes ejercen menos influencia que otras potencias extranjeras con presencia militar sobre el terreno o que han levantado sanciones contra Siria. Además, la principal herramienta de influencia de los Estados árabes –la inversión– se enfrenta a grandes obstáculos y produce rendimientos limitados.
La Liga suspendió la adhesión de Siria a finales de 2011, después de ofrecer varias propuestas para poner fin a la violencia tras la decisión de Asad de reprimir con fuerza un levantamiento popular. Aunque el régimen suscribió la mayoría de estos planes y permitió que observadores de la Liga visitaran Siria, siguió intensificando su violencia contra los manifestantes. Algunos países árabes se mostraron consternados por el nivel de crueldad y por como El Asad se burlaba de sus esfuerzos. Algunos, también, utilizaron el destierro de Siria como un aviso a un régimen que permitía a Irán aumentar su influencia en el país. Siria permanecería en el desierto político durante doce años, disfrutando del apoyo y del respaldo militar de Rusia e Irán, así como de otros actores no estatales como Hezbolá en Líbano.
«Los Estados árabes ven que ninguna de sus diferencias con el régimen sirio se ha resuelto mediante el ostracismo y las sanciones occidentales»
El cambio de opinión ha estado motivado por varios factores. Entre ellos, el creciente papel de Irán en Siria, directamente y a través de milicias aliadas libanesas, iraquíes y afganas; la debilidad del Estado sirio, que lo mantiene como rehén de Rusia e Irán; y el malestar derivado de rehuir a un líder árabe cuyo control limitado del poder perciben como algo que ha contribuido al auge de los grupos yihadistas, a grandes flujos de drogas (con la complicidad del régimen) de Siria y a la presencia a largo plazo de refugiados sirios en el mundo árabe. Ninguna de estas cuestiones constituye una preocupación de seguridad nacional de primer orden para los Estados árabes del Golfo que han impulsado la normalización de las relaciones, pero en conjunto son lo suficientemente importantes como para justificar un replanteamiento. Ante la falta de indicios de que los gobiernos de Estados Unidos o Europa estén dispuestos a modificar su política hacia Siria, o hacer de este país una prioridad, los Estados árabes se han sentido alentados a elegir su propio camino.
Las autoridades de las capitales árabes admiten que no esperan que el enfoque produzca cambios inmediatos, excepto quizá en lo que respecta al tráfico de Captagon, una droga que está causando estragos en el Golfo. Damasco parece haber accedido a frenar el comercio ilícito, que al parecer es una de las principales fuentes de ingresos tanto del régimen como de las fuerzas que luchan en su nombre. Un día después del regreso de Siria a la Liga Árabe, la fuerza aérea jordana bombardeó una fábrica de drogas en el sur de Siria, un acontecimiento al que los medios de comunicación oficiales sirios restaron importancia a pesar de la clara violación de la soberanía nacional. Por lo demás, el régimen no tiene antecedentes de ceder ante la oposición interna o la presión externa, salvo la de sus protectores. En 2013, aceptó desmantelar su programa de armas químicas bajo la amenaza creíble de ataques militares estadounidenses, pero, al final, conservó en secreto parte del programa.



