TRABAJO QUE CUESTA LA VIDA
El sector minero en Boyacá ha sido fuente histórica de sustento y abundancia, pero también ha cobrado innumerables vidas en lo profundo de la tierra. Dos tragedias recientes en Muzo y Socha reabren el debate sobre las condiciones laborales y la seguridad minera.
La explosión que calcinó a Luis Fernández
En la vereda El Pozo, zona baja de Socha, la minería volvió a teñirse de tragedia. El martes 18 de febrero, una violenta explosión en la mina de carbón El Pino cobró la vida de Luis Fernández, un trabajador que descendió al socavón buscando el sustento diario, sin imaginar que sería su última jornada.
El estallido lo sorprendió en plena faena, dejándolo sin vida. Además, un compañero resultó gravemente herido, con quemaduras internas tras inhalar el aire ardiente del socavón.
Esta tragedia evidenció, una vez más, la fragilidad de las medidas de seguridad en la minería boyacense, donde el riesgo es rutina y la muerte, una compañera silenciosa.
Las primeras versiones apuntaron a una posible acumulación de gases, un peligro conocido en la minería de carbón, pero que sigue siendo ignorado por algunas empresas que priorizan la producción sobre la seguridad.
La muerte de Luis Fernández es una cifra más en la larga lista de mineros caídos en Boyacá, pero su nombre debe convertirse en símbolo de lucha por el derecho a trabajar sin entregar la vida como parte de pago.
FOTO: Luis Fernández, Q.E.P.D.
El derrumbe que sepultó a Marina y Aide
El lunes 24 de febrero, la tierra cobró una deuda mortal en el sector minero de El Masato, entre Muzo y Quipama.
Dos mujeres guaqueras, Marina Vargas (63 años) y Aide Perilla (48 años), fueron sepultadas por un repentino derrumbe mientras buscaban esmeraldas. La montaña, inestable tras días de lluvias, cedió sin aviso, cubriéndolas bajo toneladas de roca y lodo.
Desde la mañana, las autoridades locales habían advertido sobre el riesgo de deslizamientos, pero la necesidad de asegurar el sustento llevó a Marina y Aide a ignorar las alertas. Trabajar en la informalidad, sin equipos adecuados ni protocolos de seguridad, es la realidad cotidiana de cientos de guaqueros y guaqueras en la región.
Personal de la empresa Esmeraldas Mining Services, junto a la comunidad, intentaron un rescate desesperado, pero la naturaleza ya había decidido. Cuando lograron sacarlas, ya no había signos de vida.
La alcaldesa de Muzo, Ximena Castañeda de Molina, expresó el duelo colectivo que empañó al municipio. La tragedia reabrió el debate sobre la regulación real de la minería artesanal y la protección efectiva de quienes arriesgan sus vidas a cambio de una piedra verde.
FOTO: Marina Vargas y Aide Perilla, Q.E.P.D.
Mineros entre el hambre y la muerte
Luis, Marina y Aide compartían una misma condición: eran trabajadores de la tierra, condenados a enfrentar la muerte como parte de su rutina laboral.
En los socavones de carbón y en las laderas esmeraldíferas, la seguridad es un lujo impagable y la vida se negocia entre jornadas interminables, herramientas precarias y alertas ignoradas.
La minería en Boyacá, que sostiene economías locales y alimenta de riquezas al país, sigue operando con una deuda histórica: garantizar condiciones dignas y seguras para sus trabajadores.
La explosión en Socha y el derrumbe en Muzo no son accidentes aislados, son el resultado de un sistema que normaliza el riesgo y silencia las tragedias con comunicados y condolencias. Mientras tanto, el ciclo mortal se repite.
Las familias de Luis Fernández, Marina Vargas y Aide Perilla hoy enfrentan un duelo doble: el dolor de la pérdida y la rabia de saber que sus muertes pudieron evitarse.
Las autoridades prometen investigaciones y sanciones, pero la comunidad minera ya no quiere promesas: exige resultados, medidas reales, presencia permanente de entidades de control y condiciones laborales que respeten la vida.
Cada muerte minera no es solo un nombre en un acta de defunción. Es un grito de auxilio de una región que entrega riquezas al país, mientras paga el precio con lo más valioso que tiene: su gente.
Si la minería es el corazón económico de Boyacá, es hora de que ese corazón deje de latir con sangre.
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