Malditos Woke: cómo arruinaron todo

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Primero no podías hacer chistes. Luego no podías decir lo que pensabas. Después, ni siquiera podías mirar mal. Los woke llegaron como una patrulla moral a quitarnos la libertad de expresión, el humor, las películas clásicas y hasta las canciones de antes.

¿O no?

A veces es fácil odiarlos. Hablan raro, corrigen todo, cambian las palabras, hacen escándalo por cosas que antes eran “normales”. Les molesta cómo vistes, cómo hablas, cómo piensas. Quieren deconstruirlo todo, reescribir la historia, desarmar la cultura. Y encima, lo hacen desde Twitter, sin salir de la casa.

Sí, parecen exagerados. Sí, a veces son insoportables. Pero hay una pregunta incómoda que nadie quiere hacer:
¿Y si tuvieran razón?

¿Y si no era normal burlarse de la comunidad LGBTIQ+ en el colegio?
¿Y si no estaba bien que todas las películas mostraran a las mujeres como adornos?
¿Y si muchas bromas eran simplemente racismo con disfraz de humor?
¿Y si estábamos tan acostumbrados al machismo que ni lo veíamos?

De repente, lo “woke” no es censura… es incomodidad.
Y la incomodidad no es enemiga de la libertad. Es parte del cambio.

¿Molestan? Claro. ¿A veces se equivocan? También.
Pero cada sociedad necesita una incomodidad que la despierte. Y los woke con todos sus excesos lo están haciendo. No están destruyendo el mundo. Están preguntando por qué lo construimos así.

Lo que pasa es que nadie quiere verse en el espejo cuando está sucio. Nadie quiere que le digan que creció con ideas torcidas. Nadie quiere admitir que lo “normal” era injusto para otros.

Así que sí, benditos los woke. Con su tono molesto, su corrección política, sus guerras culturales y su obsesión con las palabras. Porque gracias a ellos estamos hablando de cosas que antes se barrían debajo de la alfombra.
Y eso, aunque duela, es progreso.


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