El ejercicio de “zona cero” se caracteriza por realizar actividades muy suaves —como caminar lentamente, yoga ligero, estiramientos o jardinería— manteniendo la frecuencia cardíaca por debajo de la zona 1. Surge como alternativa a la cultura del “máximo esfuerzo” de los gimnasios, y su atractivo radica en la simplicidad, accesibilidad y constancia.
Diversos estudios muestran que este tipo de movimiento ligero puede mejorar la circulación, regular el azúcar en sangre, reducir el riesgo cardiovascular, favorecer la salud mental y el buen sueño. Además, es clave para la recuperación de atletas y para quienes buscan manejar estrés o retomar la actividad física tras una lesión o enfermedad.
Si bien no sustituye al ejercicio intenso cuando se busca alto rendimiento o grandes mejoras de condición física, sí ayuda a crear hábitos duraderos que contrarrestan el sedentarismo y generan beneficios acumulativos a largo plazo.
En esencia, la “zona cero” redefine el ejercicio: no se trata de esfuerzo extremo, sino de mantenerse en movimiento de forma constante y sostenible.




