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Francia lanzó sus primeros misiles nucleares hace 60 años. Hoy en día, el presidente Macron aspira a emplearlos para salvaguardar no solo a Francia, sino también a Europa. No obstante, su propuesta está repleta de barreras.
París, 14 de julio de 1965: conmemoración del día nacional francés. Entre caballería, música de guerra y columnas de tanques, algo atípico se cruza de inmediato en la avenida más grandiosa de la capital francesa: misiles nucleares montados en rampas de lanzamiento portátiles. Encima de ellos, los bombarderos Mirage sobrevuelan. Francia presenta al mundo por vez primera su habilidad para disuasión nuclear: la Force de Frappe.
En las décadas subsecuentes, esta fuerza se transformará en el eje estratégico de la política de defensa de Francia: bajo el control exclusivo de París, totalmente autónoma. La bomba no solo concede a Francia una posición permanente en el selecto club de las potencias nucleares, sino que también representa un instrumento de poder geopolítico. Sin embargo, tiene un costo alto: anualmente, más del 10% del presupuesto de defensa se asigna a su conservación y actualización, un peso significativo en periodos de elevado endeudamiento del estado.



