«Los millonarios de Silicon Valley tienen propuestas mesiánicas, pero no dejan de ser negocios que benefician solo al 1% de la humanidad»

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El filósofo y escritor argentino Michel Nieva sostiene en su ensayo Ciencia ficción capitalista: Cómo los multimillonarios nos salvarán del fin del mundo (Anagrama, 2024) que la ciencia ficción, lejos de ser un género de imaginación libre, ha sido apropiada por los grandes magnates tecnológicos de Silicon Valley —como Elon Musk, Jeff Bezos o Mark Zuckerberg— para justificar sus proyectos corporativos y consolidar su dominio global.

Según Nieva, vivimos en el futuro que alguna vez fue anticipado en películas como Terminator, Alien o Robocop, pero no en clave de advertencia, sino como modelo de negocio para un 1% privilegiado. Estas élites económicas se presentan como mesías que prometen resolver los grandes problemas de la humanidad mediante proyectos espectaculares: colonizar Marte, crear inteligencias artificiales que automaticen el trabajo humano, lograr la inmortalidad o incluso llevar la minería de criptomonedas al espacio. Sin embargo, detrás de estas propuestas se esconden intereses puramente corporativos y especulativos, que profundizan la desigualdad global.

Nieva explica que la estética y narrativa de Silicon Valley están directamente influenciadas por la ciencia ficción: los trajes de astronautas de SpaceX fueron diseñados por un creador de Hollywood; las naves de Blue Origin aluden a novelas de Isaac Asimov; el nombre «Meta» proviene de Snow Crash de Neal Stephenson. Incluso, muchas empresas contratan directamente a escritores de ciencia ficción para diseñar conceptos de futuro. De esta forma, la ciencia ficción se transforma en la “mitología del capitalismo contemporáneo”.

El problema, dice Nieva, surge cuando esas visiones utópicas se presentan como salvación de la humanidad, pero en realidad benefician solo a una minoría. Ejemplo de ello es la paradoja de Marte: para hacerlo habitable, los magnates plantean liberar gases de efecto invernadero, replicando en otro planeta el mismo proceso que destruye la Tierra. También critica que muchas de estas ideas se conviertan en meros instrumentos de especulación financiera: proyectos imposibles en la práctica —como minar bitcoins en el espacio— que sirven, sin embargo, para crear empresas, patentes y movimientos bursátiles.

Nieva remarca la dimensión política y patriarcal de estas narrativas. La mayoría de los voceros —Bezos, Musk, Zuckerberg, Gates, Branson— son hombres blancos estadounidenses, que se conciben como salvadores únicos de los problemas que en gran parte ellos mismos han contribuido a generar. Ven a la tecnología como la única solución, sin reconocer responsabilidades históricas ni ambientales. De ahí surge lo que Nieva llama una ideología mesiánica que combina el patriarcado con el poder tecnológico.

El filósofo también señala la contradicción de Silicon Valley frente al Estado: mientras proclaman independencia y espíritu rebelde (heredero del “hacker” contestatario), sus corporaciones se sostienen gracias a enormes subsidios públicos. SpaceX, Blue Origin y otras firmas no existirían sin el financiamiento estatal, lo que convierte a sus fundadores en “parásitos del Estado”, pese a sus discursos antiestatales.

En contraste con la “ciencia ficción capitalista”, Nieva recuerda que han existido otras formas de pensar la relación entre tecnología y política, como el Cosmismo ruso, que en el siglo XX planteaba expandir el socialismo al cosmos. Propone rescatar estas tradiciones y desarrollar nuevas ficciones desde el Sur Global. En ese marco, presenta su concepto de “gauchopunk”, una versión situada del cyberpunk que imagina futuros distópicos y posibles utopías desde América Latina, región fundamental para el desarrollo tecnológico por sus recursos estratégicos (como el litio o la Amazonía), pero sistemáticamente invisibilizada en las narrativas del futuro.

Nieva sugiere que el Sur debe “hackear” los futuros que Silicon Valley ya imaginó, insertando sus propias voces y realidades. Cita ejemplos como el solar punk, un movimiento que imagina futuros sostenibles basados en energías renovables, como alternativa al presente distópico dominado por corporaciones y guerras.

Finalmente, Nieva subraya que, tras la pandemia, el mundo quedó en manos de pocas empresas tecnológicas que concentran el poder global. Frente a ello, llama a tener una relación menos ingenua con la tecnología, reflexionando de dónde provienen los recursos, quién los financia y a qué intereses responden. La verdadera crisis actual, sostiene, es que carecemos de otros imaginarios políticos y tecnológicos distintos a los de Silicon Valley, lo que hace urgente repensar futuros alternativos que incluyan a las mayorías y a regiones marginadas como América Latina.


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