En Pasto, el tiempo previo al Carnaval no se mide en meses ni en semanas, sino en ensayos, risas, sudor y creatividad. La ciudad, conocida por su hospitalidad y su fervor cultural, vive un momento único: la cuenta regresiva hacia el Carnaval de Negros y Blancos 2026, la máxima expresión artística de Nariño y patrimonio inmaterial de la humanidad.
Detrás de cada comparsa, detrás de cada coreografía que deslumbra a los espectadores, hay historias de esfuerzo, disciplina y amor por la tradición. Este año, dos colectivos coreográficos se han propuesto elevar el listón y dejar huella: Etnia y Takiri Munay.
Talento
El colectivo Etnia ha sido, por años, una cuna de talento y un refugio para jóvenes que ven en el arte no solo un pasatiempo, sino un camino de vida. Su director, Jorge Bastidas, licenciado en danzas y con más de 25 años de experiencia, recuerda que su misión siempre ha sido clara: “El Carnaval es mucho más que baile y color; es identidad, memoria y resistencia cultural. Queremos que cada paso sea un grito de orgullo por nuestras raíces”. En su sede, los ensayos son intensos: música en vivo, trajes en proceso de confección, y un grupo de jóvenes que no teme al cansancio si de defender la cultura se trata.
Avances
A la par, el colectivo Takiri Munay, liderado por Junior Paredes, avanza con una energía arrolladora. Su nombre, que en quechua significa «Amor que baila», encierra toda una filosofía: cada movimiento es una ofrenda a los ancestros y a la Pachamama. “Queremos que el público sienta que el Carnaval no es solo espectáculo, sino una ceremonia que nos conecta con nuestra historia y con la tierra que nos vio nacer”, afirma Paredes.
En septiembre y octubre se realizarán las exigentes selecciones de grupos, un momento decisivo para quienes sueñan con desfilar en el magno evento. El proceso no solo evalúa la destreza artística, sino la capacidad de transmitir emociones, contar historias y representar a Pasto con autenticidad. Mientras los tambores y flautas de caña llenan los salones de ensayo, los trajes de colores vivos comienzan a tomar forma en las manos de artesanos locales. Cada pluma, cada lentejuela y cada adorno es pensado para brillar bajo el sol de enero, cuando el Carnaval transforme la ciudad en un lienzo viviente.

