Por primera vez en sus 154 años de historia, la Academia Colombiana de la Lengua incorporó a una mujer afrodescendiente y a una mujer indígena entre sus miembros correspondientes: Mary Grueso, reconocida escritora y docente del Pacífico, y Bárbara Muelas, lingüista del pueblo misak.
Ambos nombramientos representan un hito institucional para un organismo que, hasta ahora, había sido considerado por muchos como blanco, centralista y masculino. Grueso, nacida en Guapi y radicada en Buenaventura, expresó que su llegada a la Academia no es solo personal, sino colectiva: “He llegado yo, pero también llegan conmigo muchas voces, una cultura, una identidad. Vamos a mostrar cómo es nuestro lenguaje y nuestra forma de ver el mundo”.
En entrevista radial, Grueso admitió no saber aún cuál será su rol dentro de la institución. “Primero debo entrar, observar y entender en qué puedo aportar”, dijo. Sin embargo, su objetivo es claro: abrir camino para que otras personas afrocolombianas puedan ingresar en espacios históricamente cerrados al pensamiento y oralidad del pueblo negro.
Junto a ella, Bárbara Muelas, nacida en Silvia, Cauca, se convierte en la primera mujer indígena en ser parte de la Academia. Su vida ha estado dedicada a la enseñanza, traducción y formalización del idioma misak, una lengua originalmente oral que fue invisibilizada durante siglos. Muelas fue la encargada de traducir al misak los apartados étnicos de la Constitución de 1991, creando neologismos con su comunidad para incorporar conceptos jurídicos y democráticos en su lengua ancestral.
“Durante siglos nos negaron. Pero empezamos a escribir, a enseñar nuestra lengua, a dignificarla”, declaró. Hoy, continúa su trabajo como pedagoga, autora y referente de resistencia lingüística.
Aunque simbólicos, estos nombramientos son una señal de apertura institucional que aún deja tareas pendientes. La inclusión real de voces negras e indígenas en los espacios de validación del lenguaje exige no sólo reconocimientos individuales, sino procesos colectivos de transformación cultural, académica y política.
El reto ahora es convertir estos gestos simbólicos en transformaciones estructurales, que se traduzcan en políticas públicas sostenibles y duraderas. Se trata de ir más allá del reconocimiento individual para abrir caminos reales a la diversidad cultural y lingüística del país. Es necesario que todas las formas de hablar, narrar y pensar Colombia —desde lo afro, lo indígena, lo raizal, lo palenquero, lo popular y lo rural— encuentren un lugar legítimo y respetado en los espacios oficiales del saber. Solo así podremos construir una nación donde la pluralidad no sea una excepción, sino una base para el diálogo, la equidad y el reconocimiento mutuo.



