Las vías en adoquín construidas por la Alcaldía Eder ya transforman las historias de vida de los vecinos de Marroquín II

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Roberto Palacios Mena no olvida el día que salió de su casa del barrio Marroquín II, perfumado de pies a cabeza, recién peluqueado y estrenando un pantalón habano que había comprado en el almacén Everfit para causarle buena impresión a Josefina, la mujer que le robaba los sueños.

De la calle 73 a la Avenida Ciudad de Cali eran solo tres cuadras las que tenía que caminar para abordar el bus; algo que no pudo hacer ese día porque a pesar de haberse arremangado el pantalón y calzarse unas chanclas, el resbalón lo tiró a un charco dañándole el estrén y jodiéndole un tobillo.

Adolorido y ofendido se tuvo que devolver maldiciendo porque las calles de su barrio estaban en tierra, no conocían el pavimento, por lo que en verano se levantaban polvaredas que irritaban los ojos y en invierno el barrizal y los charcos lo hacían intransitable.

Con una sonrisa burlona, mientras tapiza un mueble, Roberto cuenta: “yo siempre llevaba los zapatos y las medias en una chuspa y me iba en chanclas hasta la pavimentada. Cuando me subía al bus, me cambiaba. Ahora, gracias al alcalde Alejandro Eder, las calles están adoquinadas y nos podemos dar el lujo de salir y entrar a la casa con buena percha y sin tener que cambiarse”.

Al igual que él, vecinos de ‘Marroco’ como César Fernando Chará, John Weimar Noguera, Julio César Bonilla, Lina Cuero, José Luis Paniagua y Humberto Quintero tuvieron que soportar más de 30 años trochas y caminos de herradura para llegar a sus casas.

Ahora la situación es otra. Siguiendo las directrices del alcalde, la Secretaría de Infraestructura se dio a la tarea de adoquinar las calles conectoras de todo el barrio; labor que inició hace cerca de un año y que a la fecha ya cuenta con más de 20 intervenciones, de la calle 73 a la 83, entre carreras 26 H a la 26 I, con dos cuadrillas de hombres y mujeres que trabajan de día y de noche para dejarle a la comunidad un inolvidable regalo de navidad.

Los coordinadores de las obras, Mario Trujillo y Yofer España, ocupan entre dos y tres cuadrillas para armar el rompecabezas, pues para adoquinar una sola calle se requiere de un proceso minucioso en el que se le cuenta a la comunidad lo que allí se va a realizar para que se prepare, ya que la vía queda inhabilitada durante las obras.

“Iniciamos haciendo una inspección para analizar los niveles de la vía. Con la retroexcavadora profundizamos 45 centímetros, compactamos bien con la vibradora, hacemos un fresado, colocamos la sub base, la base y la arena, para finalmente instalar los adoquines, que son bloques de cemento reciclado de varios colores con los que se puede dibujar la bandera de Cali, hacer rayuelas para que los niños jueguen o motivos navideños de larga duración”, dice España.

Según los cálculos de Trujillo, una sola calle se lleva 5194 adoquines y los andenes requieren 4890 de ellos, los cuales se pegan uno a uno a mano, por lo que la espalda, los riñones, las manos y las rodillas se deben acostumbrar a largas jornadas al sol y al agua.

Un hombre clave en la obra es el rastrillero Armando Racines Camacho. Es la experiencia hecha técnica, por lo que las calles adoquinadas se dan el lujo de quedar como una mesa de billar, pulidas, sin ondulaciones y niveladas.

Para él, es mejor el adoquín que el cemento porque esta técnica es más económica, permite hacer arreglos puntuales sin tener que levantar toda la carpeta y todo es más práctico.

Las manos femeninas le dan ese toque de elegancia a la calle, al barrio y a la comuna. Nathalie Quiñonez y Melba Ramírez tejen y entrelazan cada adobe, plasman obras de arte y con la misma destreza nivelan, echan pala y perfilan los bordillos, mientras de parte de la comunidad reciben aplausos, felicitaciones, refrigerios y coqueteos.

“Nos sentimos orgullosas al ver que un tierrero de estos haya quedado tan bonito, funcional y haya mejorado la calidad de vida de los vecinos y la valorización de sus viviendas”, manifiestan. 

La comunidad está feliz y agradecida con el alcalde Alejandro Eder y la secretaria de Infraestructura, Luz Adriana Vásquez Trujillo, porque con la intervención de las obras se alejaron los problemas de movilidad, los viciosos se dispersaron, se ve todo más bonito y tanto la autoestima como la calidad de vida de los residentes, mejoraron.

César Fernando Chará Angulo estaba cansado de esperar. “No solo yo. Llevábamos más de 30 años rogándole al alcalde de turno para que nos sacara del abandono. Tuvo que llegar la Alcaldía de Eder para que en Marroquín II se acabara el polvo, el barro y la incomodidad. Ya mejoró la movilidad, los niños patinan y montan bicicleta, las personas en sillas de ruedas no hacen tanto esfuerzo y la calle se llenó de vida”, anota.

John Weimar Noguera padece de una movilidad tan reducida, que no puede abandonar el bastón. Confiesa que es uno de los más beneficiados con las obras porque él se desplaza con dificultad y con la calle mala era un tormento sortear los huecos y pisar el barro, ahora comprueba que la diferencia es abismal y puede caminar a sus anchas.

En el taller de Tapicería y Pintura Los Amigos trabajan Julio César Bonilla, José Luis Paniagua y Roberto Palacios. Todos coinciden en que la diferencia en tan solo un año ha sido del cielo a la tierra, porque se fue la inseguridad, mejoró la movilidad, han llegado más clientes y el polvo y el barro son cosa del pasado porque la intervención incluye la construcción de sardineles y la adecuación de andenes, contribuyendo a mejorar la accesibilidad y la seguridad vial.

Humberto Quintero es uno de los fundadores del barrio. “Hace 34 años esto eran pastizales, lagunas, charcos y zancudos. Teníamos que traer el agua en canecas y no había vías sino un camino muy agreste. Con el tiempo fuimos mejorando, pero seguíamos siendo un lugar muy olvidado de la Comuna 14. Gracias a Dios llegó esta Administración y nos puso a vivir como en un palacio”, anota.

En general, se siente el agradecimiento de una comunidad que ve cómo su barrio progresa, consideran los adoquines un acierto para mejorar la malla vial, promover el comercio, generar empleo, valorizar el barrio y mejorar la calidad de vida de sus habitantes, resaltando el paisajismo y el entorno.

“Nunca pensé que a mis 84 años pudiera salir sola en mi silla de ruedas por el vecindario. Para ir desde mi casa hasta donde Inesita -que queda como a dos cuadras- mi nieta me tenía que empujar y dar la vuelta por la avenida porque era imposible meterse por la huecamenta de la calle de la tienda. Ahora me voy derechito y los vecinos me ponen cuidado. Esto quedó mejor que pavimentado”, dice doña Etelvina con una emoción que ilumina el rompecabezas que armaron los obreros y operarios de la Secretaría de Infraestructura de la Alcaldía de Cali sobre un tierrero, pieza por pieza.


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