Mario Vivas
Este emblemático reloj que corona el centro histórico de Popayán es mucho más que una estructura arquitectónica; representa el corazón visual y emocional de una ciudad que se enorgullece de su historia. Sin embargo, hoy ese corazón late con dificultad. Desde que su techo colapsó por falta de mantenimiento, las promesas de restauración han quedado en el aire y el tiempo —el mismo que mide sus manecillas— parece haberse detenido en el abandono.
Lo que alguna vez fue punto obligado para el visitante y motivo de orgullo para los payaneses, hoy proyecta una imagen de descuido. La estructura, deteriorada y cubierta por parches temporales, no solo refleja la fragilidad del monumento, sino también la indiferencia de las entidades responsables de su conservación. Ni el Gobierno Nacional, ni los ministerios competentes, ni las administraciones locales han mostrado la urgencia que un símbolo de esta magnitud merece.
El deterioro de la Torre del Reloj es, en el fondo, un espejo del trato que le damos a nuestro patrimonio. No basta con incluirlo en folletos turísticos o usarlo como fondo de campañas institucionales: se requiere inversión, compromiso y una gestión seria que trascienda los discursos. La cultura no puede ser un adorno ni un recuerdo bonito; debe ser un motor de desarrollo.
Cada día que pasa sin intervenir este espacio, Popayán pierde un poco más de su encanto y de su capacidad para atraer turismo y dinamizar su economía local. Recuperar la Torre del Reloj no es solo restaurar una fachada: es dignificar la historia, generar empleo, fortalecer la identidad y proyectar una ciudad que respeta lo que la hace única.
Hoy, más que nunca, debemos exigir a las autoridades que miren hacia arriba, hacia esa torre que sigue en pie a pesar del abandono, y entiendan que el patrimonio no se mantiene con palabras, sino con acción. Popayán lo merece. Su gente lo pide. Y su historia lo exige.




