Ilona Biskup, una mujer de 62 años que trabajó durante más de tres décadas como azafata y logró comprar un apartamento frente al mar, enfrenta ahora una situación económica inesperadamente precaria. A pesar de recibir una pensión por discapacidad de US$2.000 mensuales, ese ingreso no le alcanza para cubrir sus necesidades básicas, por lo que acude desde hace cuatro meses al banco de alimentos Feeding South Florida. Tras años de independencia y estabilidad, pedir ayuda alimentaria ha sido un golpe emocional que nunca imaginó vivir.
Su empobrecimiento se originó en una cadena de problemas de salud que consumieron sus ahorros: un cáncer de seno en 2014, un segundo tumor en 2019 y, más recientemente, un diagnóstico de Parkinson. Aunque tuvo seguro médico, los costos adicionales de cirugías, tratamientos y la pérdida de su capacidad laboral la dejaron sin reservas. La crisis se agravó cuando aceptó un retiro anticipado durante la pandemia, lo que la obligó a depender por completo de su pensión.
La historia de Biskup refleja una realidad estructural en Estados Unidos, donde millones de personas caen en la pobreza ante emergencias laborales, de salud o familiares. Investigaciones citadas en el reportaje muestran que casi el 60% de los estadounidenses experimentará pobreza al menos un año en su vida adulta. La falta de una red de protección social sólida, sumada a empleos mal remunerados y sin beneficios, convierte al país en una de las naciones industrializadas con mayor desigualdad y vulnerabilidad económica.
El impacto social y emocional de la pobreza se ve agravado por prejuicios culturales que responsabilizan al individuo por su situación económica. Esta visión dificulta la empatía y normaliza que personas como Biskup —que trabajaron toda su vida y aportaron al sistema— terminen dependiendo de bancos de alimentos. Paralelamente, el aumento del costo de vida y la suspensión temporal del programa SNAP durante el cierre del gobierno intensificaron la inseguridad alimentaria en comunidades enteras.
El banco de alimentos Feeding South Florida ha visto un crecimiento drástico en la demanda. Familias con bajos ingresos, veteranos, adultos con discapacidad y trabajadores afectados por la inflación acuden diariamente en busca de productos básicos. La suspensión temporal de SNAP duplicó y hasta triplicó el número de personas atendidas, en un contexto donde los precios de alimentos esenciales han alcanzado niveles históricos.
Mientras enfrenta el Parkinson y ajusta su estilo de vida, Biskup intenta mantener la dignidad y estabilidad que siempre valoró. Con ayuda de SNAP, bancos de alimentos y programas comunitarios, organiza su dieta y rutinas para conservar su salud. Aun así, expresa su firme deseo de seguir viviendo en su apartamento frente al mar, un lugar que considera su refugio, donde superó dos cánceres y donde espera seguir enfrentando los desafíos que vendrán.



