El enviado especial de la ONU para Siria, Geir Pedersen, advirtió que el país atraviesa un momento crítico que podría derivar en una desintegración institucional comparable a la que sufrió Libia tras la caída de Muamar Gadafi. En declaraciones al Financial Times, Pedersen subrayó que el nuevo presidente sirio, Ahmed al Sharaa, debe demostrar con hechos que su gobierno representa un verdadero punto de inflexión, y no simplemente una nueva cara del autoritarismo.
“La población necesita creer que esto es un nuevo comienzo, no un nuevo régimen autocrático”, señaló el diplomático. La sombra del antiguo gobierno de Bashar al Asad aún pesa sobre el país, que intenta reconstruirse tras más de una década de guerra civil.
No obstante, analistas señalan que las comparaciones con Libia deben hacerse con cautela. Nanar Hawach, analista sénior del International Crisis Group, explicó a DW que aunque Siria sigue dividida en zonas de influencia, los actores nacionales e internacionales aún reconocen al gobierno central en Damasco como un referente. “Eso crea una dinámica diferente a la fragmentación total que se vio en Libia”, precisó.
Además, actores clave como Estados Unidos y los países del Golfo no están dispuestos a tolerar un colapso total del Estado sirio, dado el alto riesgo estratégico que implicaría un caos descontrolado en la región.
Tensiones con los kurdos y desafíos en la reconstrucción
Las tensiones internas continúan siendo uno de los principales desafíos del gobierno de Al Sharaa. Horas antes de la publicación del informe de la ONU, fuerzas kurdas y tropas gubernamentales protagonizaron enfrentamientos en Alepo, que finalizaron con un alto el fuego mediado por Washington. A pesar de que el acuerdo se ha mantenido, la violencia expone la fragilidad de la relación entre el gobierno central y la comunidad kurda, la mayor minoría étnica del país.
El acuerdo de marzo entre el gobierno sirio y las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), lideradas por kurdos, marcó un hito, pero su implementación ha sido lenta. La integración de los cerca de 60.000 combatientes kurdos en el nuevo Ejército sirio unificado aún está pendiente, y las estructuras políticas autónomas de las regiones kurdas siguen operando con escasa coordinación con Damasco.
La exclusión de los kurdos —cuyo territorio cubre aproximadamente un 30 % de Siria— de las elecciones parlamentarias de octubre pasado generó tensiones adicionales. El gobierno argumentó razones de seguridad, pero prometió dejar vacantes sus escaños hasta que puedan realizarse nuevos comicios. Una situación similar afecta a la minoría drusa.
Más allá de la reconciliación política, la reconstrucción del país plantea retos monumentales. El acceso a las vastas reservas de petróleo y gas situadas en las regiones kurdas podría acelerar la recuperación, pero para ello es clave lograr una integración efectiva. El Banco Mundial estima que el costo de reconstrucción de Siria tras 14 años de conflicto oscila entre 400.000 millones de dólares y un billón, una cifra que refleja la magnitud de la devastación.
Mientras tanto, la comunidad internacional observa con cautela el rumbo de Siria, un país que, según la ONU, se encuentra en una encrucijada: avanzar hacia la estabilidad o repetir el colapso libio.




