La nueva arma que aterroriza Ucrania

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Un olor acre impregna el aire en Rodynske, una ciudad del este de Ucrania que vive bajo constante amenaza. Apenas unos minutos después de llegar, se revela la fuente de ese hedor: los restos calcinados de una bomba planeadora de 250 kg, que no solo destruyó el edificio administrativo principal, sino que también redujo a escombros tres bloques de viviendas.

Rodynske, situada a unos 15 kilómetros al norte de Pokrovsk una ciudad clave asediada por las fuerzas rusas, se ha convertido en un ejemplo de la nueva estrategia que está marcando un giro en la guerra: el uso intensivo de bombas planeadoras, una arma temida por su capacidad destructiva y precisión.

Estas bombas, lanzadas desde aviones a gran distancia del frente, planean hasta su objetivo guiadas por sistemas GPS o láser. Son difíciles de interceptar, económicas de producir y devastadoras al impactar. En los últimos meses, se han convertido en una herramienta central del ejército ruso para abrirse paso donde la infantería ha fracasado.

Desde el otoño pasado, Rusia ha intentado tomar Pokrovsk sin éxito. Las fuerzas ucranianas han resistido, obligando a Moscú a cambiar de táctica: rodear la ciudad, cortar las líneas de suministro y utilizar bombas planeadoras para ablandar las defensas y sembrar el terror entre la población civil.

Los sonidos de artillería y los disparos contra drones rusos resuenan constantemente desde las afueras. La ofensiva se ha intensificado, logrando en las últimas semanas los avances más significativos desde enero. A falta de progreso en las negociaciones diplomáticas, el conflicto parece adentrarse en una fase aún más violenta, en la que las nuevas tecnologías de destrucción juegan un papel crucial.

Las bombas planeadoras no solo están cambiando el campo de batalla: están redefiniendo el horror cotidiano para miles de civiles atrapados en el fuego cruzado.


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