En las bellas tierras de Cundinamarca, donde el tiempo fluye en calma entre ríos y montañas, una trama oscura rompió la quietud de dos vidas inocentes. La pesadilla dio inicio el domingo 14 de abril de 2024, cuando un hombre aceptó un encargo aparentemente sencillo: transportar pasajeros desde Tibacuy (provincia del Sumapaz) hacia Barrancabermeja (Santander). No imaginaba que aquel viaje se convertiría en una pesadilla.
Al llegar al punto acordado, un grupo de peligrosos delincuentes apareció de la nada, cerrando el círculo alrededor de la víctima. Para el humilde conductor no hubo tiempo para gritos ni súplicas: lo obligaron, bajo amenazas veladas y explícitas, a realizar una transferencia de diez millones de pesos a través de plataformas digitales. Sin embargo, el tormento no terminó ahí. Los captores, con frialdad calculada, llamaron a sus familiares, exigiendo rescate, sembrando el miedo y la desesperación en cada palabra.
Los mensajes son aterradores. Uno de ellos, acompañados con una foto de la víctima amarrada, decía: “Benga [sic] mi señora acá tengo a este perro y a mí no me cuesta nada pegarle dos tiros y dejarlo tirado d acá [sic] necesito los 25 millones en menos de media hora”.
Sin embargo, las andanzas no terminaron allí. Solo un mes después, el 16 de mayo, la historia se repitió con otro hombre, esta vez en Agua de Dios (provincia del Alto Magdalena). Contratado para transportar un trasteo desde Bogotá, nunca imaginó que su ruta lo llevaría directo a las garras de ‘Los Galleros’, una banda que se alimenta del miedo y la codicia. Lo retuvieron, lo amenazaron, y con una precisión cruel vaciaron sus cuentas bancarias. Le arrebataron su vehículo y exigieron ocho millones de pesos para devolverle la libertad, como si la vida tuviera un precio en billetes.
La Fiscalía General de la Nación, con la determinación de quien busca justicia en medio del caos, pidió a un juez que encarcelara a cinco presuntos miembros de esta banda. Entre ellos, María del Rosario Gámez Camelo y Juan Carlos Rojas Casallas, acompañados por otros tres hombres que ya cumplían prisión por otros delitos.
Los graves cargos formulados por la acusación, secuestro extorsivo, hurto calificado y porte ilegal de armas, resonaron en la sala de audiencias, pero los acusados negaron cada uno con la misma firmeza con la que se querían aferrarse a la impunidad y la falta de conciencia.
Así, en los rincones de Tibacuy y Agua de Dios, donde la vida cotidiana se entrelaza con el riesgo, se desveló una historia de violencia, miedo y esperanza rota. Una historia que, como las mejores narraciones, no solo cuenta hechos, sino que invita a sentir el peso de cada instante, la fragilidad de la libertad y el valor de la justicia que aún lucha por imponerse.




