Carlos Gallardo
He llegado a comprender, con la experiencia, con los tropiezos y también con la guía de grandes mentores y referentes espirituales, que la gratitud no es una emoción decorativa: es una fuerza transformadora. Agradecer no es simplemente un acto de cortesía, es una actitud diaria que abre puertas, que atrae bendiciones, que cambia la energía con la que enfrentamos el mundo. La gratitud trae abundancia; la queja, ruina. Esa es una verdad que he aprendido, que he leído, que he escuchado muchas veces y, más aún, que he vivido.
Estoy convencido de que agradecer todos los días, en lo pequeño y en lo grande, es lo que permite que Dios siga confiando en ti. Cuando reconoces lo que tienes, la salud, la libertad, el dinero, la familia, el amor, estás enviando un mensaje claro: que eres consciente de tus bendiciones y que estás listo para recibir más. Agradezco a Dios cada mañana, antes de cualquier otra cosa, porque sé que Él me guía, me da las herramientas y me pone en el camino correcto a las personas que necesito para cumplir mis metas.
He escuchado a grandes mentores decir que, si Dios pone una idea en tu corazón, es porque también pondrá los medios para que la cumplas. Y lo creo con el alma. Por eso insisto en que hay que vivir con propósito. Cada día debe tener una meta. No se trata de vivir a la deriva, sino de caminar con dirección, con intención, con visión. Metas a corto, mediano y largo plazo. Sueños, sí, pero con pasos concretos. Y todo eso solo se sostiene si hay gratitud en el alma.
La queja, por el contrario, es un veneno silencioso. Cuando nos quejamos, perdemos enfoque, perdemos fe, atraemos más razones para seguir quejándonos. La queja paraliza, mientras que el agradecimiento nos empuja hacia adelante. No hay espacio para la queja cuando decides ver el mundo con ojos de gratitud.
Por eso, si estás leyendo esto, te invito a reflexionar sobre cuántas veces al día agradeces y cuántas veces te quejas. Agradece absolutamente todo, incluso aquello que no entiendes en el momento, porque detrás de cada situación hay un propósito mayor. Con gratitud, con fe y con Dios en el centro, la vida toma otro sentido, y los sueños dejan de ser una ilusión para convertirse en proyectos alcanzables.
Hoy agradezco, porque sé que la gratitud es el terreno fértil donde germinan todos los sueños. Quien agradece, merece. Porque el que valora lo que tiene, está listo para recibir más. La gratitud abre caminos que la queja bloquea. Dios multiplica las manos que bendicen y cierran las que reclaman. Cada “Gracias” sincero es una semilla sembrada en tierra de abundancia.

