La operación Telaraña del 1 de junio demostró una nueva táctica: drones ocultos en plataformas civiles que, al liberarse cerca de aeródromos, pueden destruir objetivos militares a miles de kilómetros. El caso mostró que cualquier vehículo aparentemente inocuo puede convertirse en nave nodriza de ataques no tripulados.
A principios de septiembre, la Policía alemana inspeccionó el carguero Scanlark tras la sospecha de que lanzó un dron que fotografió una fragata, en medio de centenares de vuelos sospechosos sobre infraestructuras críticas. El 22 de septiembre, drones de gran tamaño forzaron el cierre del aeropuerto de Kastrup, donde autoridades danesas vincularon la intrusión a tres barcos que navegaban cerca.
Vínculos con Rusia aparecen en los nombres: los cargueros Astrol 1, Pushpa y Oslo Carrier 3 fueron señalados por su comportamiento. El modus operandi tiene precedentes en Irán, que ya militarizó mercantes para operar drones; además, la llamada flota fantasma rusa combina evasión de sanciones con tareas de reconocimiento y sabotaje, incluido el corte de cables submarinos —caso penal del petrolero Eagle S por daños el 25 de diciembre de 2024—.
El analista Mark Galeotti resume la tendencia: todo puede militarizarse y usarse por debajo del umbral bélico, la «weaponization of inconvenience» que desgasta recursos y voluntad política. Convertir mercantes sancionados en nodrizas de drones expone un vacío legal y operativo que obliga a la UE y la OTAN a adaptar sanciones, vigilancia y respuestas en aguas internacionales.




