
Colombia es un país privilegiado: a lo largo de su historia reciente ha tenido presidentes que, sin excepción, se han declarado profundamente cristianos, temerosos de Dios, amantes de la familia y practicantes de la transparencia. Sí, una verdadera corte de santos modernos, cada uno más ejemplar que el anterior. Y sin embargo, parece que ni la fe, ni los rezos, ni las bendiciones logran expulsar a los fantasmas que rondan la Casa de Nariño, la residencia oficial de la presidencia.
El presidente Gustavo Petro fue el último en reconocerlo: aseguró públicamente que el palacio “está lleno de fantasmas” y que, si pudiera, llamaría a un experto en lo paranormal para “purificar el lugar”. Una declaración insólita si se tiene en cuenta que él, como todos los demás mandatarios, es un hombre de rectitud impecable. ¿Qué tipo de espectros podrían incomodar a personas tan buenas?
No se trata de un caso aislado. La hija de Petro, Andrea, confesó que evita dormir allí porque la actividad paranormal es demasiado intensa. Exmandatarios como César Gaviria, Álvaro Uribe y Ernesto Samper también han relatado experiencias inquietantes: ruidos nocturnos, puertas que se abren solas, sombras que atraviesan los pasillos y hasta supuestas brujerías enterradas en los jardines. Pero claro, todos sabemos que los presidentes jamás recurrirían a prácticas oscuras… ellos son demasiado creyentes para eso.
El parapsicólogo Alexánder Torres ha investigado el lugar y concluyó que en la Casa de Nariño conviven dos tipos de presencias: los fantasmas, definidos como “energías sin conciencia”, y los espíritus, “energías conscientes” que parecen disfrutar de los corredores presidenciales. Algunos aseguran que vagan especialmente por el pasillo de los expresidentes y las capillas. Nada extraño: si alguien quisiera asustar a los gobernantes más puros y devotos de Latinoamérica, ¿qué mejor escenario?
Así, entre rosarios, escapularios, cadenas de oración y discursos sobre valores cristianos, la Casa de Nariño sigue siendo, oficialmente, la mansión más embrujada del país. Tal vez el problema no sean los fantasmas, sino que los presidentes ,tan buenos, tan santos, olvidaron un pequeño detalle: en Colombia, ni los espectros creen en su transparencia.




