En un informe al XX Congreso del PCCh en octubre de 2022, Xi Jinping recordó a sus miembros que antes de que él llegara a la secretaría general en 2012, China no salvaguardaba su seguridad nacional de modo “adecuado o suficiente”, pero que desde entonces se había fortalecido en todos los frentes gracias, entre otras cosas, al control del partido de la política científica y tecnológica. En el espacio exterior, señaló, se jugará el destino del llamado “sueño chino” de desplazar a Estados Unidos como primera potencia hacia 2045, en vísperas del centenario de la fundación de la República Popular en 2049.
Y como en la guerra fría, también esta vez la carrera espacial se juega por razones de prestigio político. Pero ahora el juego ya no lo dominan solo las superpotencias. Entre los nuevos clasificados a las grandes ligas espaciales figuran, entre otros, India, Israel, Corea del Sur y Emiratos Árabes Unidos.
Las star-ups indias Mahindra & Mahindra y Agnikul Cosmos han probado ya con éxito versiones experimentales de cohetes suborbitales reutilizables como los de SpaceX, el brazo aeroespacial del imperio de Elon Musk. En 2013, India envió una sonda a Marte que costó menos que una de las películas de Bollywood que se estrenó por esas fechas.
Ambiciones ilimitadas
Pero China les lleva una gran ventaja: desde 1995 ha multiplicado por 10 su gasto militar, vinculado al programa espacial desde finales de los años cincuenta, cuando comenzó a lanzar sus primeros misiles balísticos. En 2016, Pekín declaró un “día del espacio” para conmemorar el lanzamiento en 1970 del primer satélite chino.
En 2004, aprobó su primer programa lunar. Su director, Ouyang Ziyuan, anticipó que quien estableciera primero una base lunar permanente, se llevaría la parte del león de sus recursos: energía solar, hielo para obtener agua e hidrógeno, Helio-3 para reactores nucleares, titanio, platino…
«Uno de los documentos del pentágono filtrados aseguraba que china contaba con medios cibernéticos para inutilizar satélites mientras Rusia podía destruirlos»
En 2019, la misión Chang’e IV, llamada así por la diosa china de la Luna, logró alunizar en su lado oscuro el Yutu-2, un rover movido por luz solar que recogió rocas que fueron llevadas a tierra. Ese mismo año, Pekín anunció que crearía una zona económica lunar y explotaría asteroides cercanos.
Su sistema de navegación Beidou compite con el GPS estadounidense, el Galileo europeo y el Glonass ruso. En 2022, la China National Space Administration (CNSA), la agencia civil que nació como una agencia del Ejército Popular, terminó de construir la estación orbital Tiangong con módulos que lanzó por separado al espacio y luego ensambló en órbita.
Washington se inquieta
Los alardes tecnológicos chinos inquietaron a Donald Trump, que en 2018 creó la Fuerza Espacial como sexta arma de las fuerzas armadas. En una comparecencia ante el Congreso, el general James Dickinson, jefe del Comando Espacial del Pentágono, dijo que el espacio estaba en el ADN de sus operaciones militares por la importancia de los satélites en la detección de movimientos de tropas y lanzamientos de misiles.
Uno de los documentos del Pentágono filtrados por Jack Teixeira, miembro de la Guardia Nacional Aérea de Massachusetts, aseguraba que China contaba con medios cibernéticos (soft kill) para inutilizar satélites y que el sistema láser ruso Peresvet podía destruirlos (hard kill).
El programa Artemis de la NASA, por la hermana gemela de Apolo, el dios griego del Sol, planea usar la estación orbital lunar Gateway como nave nodriza para llevar astronautas a la superficie, donde establecerán una base permanente hacia 2032 en su polo sur, en la que acaba de alunizar la sonda india Chandrayaan-3 y al que pronto llegará la rusa Luna-25, la primera desde 1976. Según Lev Zeleny, investigador de la Academia Rusa de Ciencias, la Luna es un “séptimo continente” que la humanidad está “condenada a domar”.
Regreso a la Luna
El veto de Washington a inversiones del sector privado y controles a las exportaciones de tecnologías estratégicas de potencial uso dual civil-militar –semiconductores, computación cuántica, inteligencia artificial (IA)…–, no ha dejado otra salida a China que la autarquía tecnológica.
«El Outer Space Treaty, que desde que entró en vigor en 1967 ha sido ratificado por 111 países, se ha quedado obsoleto»
Un informe de Nikkei estima que China publica ya más investigaciones que EEUU en 23 de los 30 campos científicos con aplicaciones tecnológicas comerciales. Según el Australian Strategic Policy Institute, China lo supera en 37 de las 44 tecnologías que rastrea: robótica, biotecnología, IA, aleaciones avanzadas…
En una comparecencia ante el comité de asignaciones presupuestarias del Congreso, el director de la NASA, Bill Nelson, esgrimió una foto del rover chino Zhurong en la superficie marciana, advirtiendo que China podría reclamar la soberanía de territorios lunares escudándose en la investigación científica.
Vacíos legales
El problema es que los vacíos jurídicos han convertido al espacio en una especie de salvaje oeste en el que no existen leyes ni nadie que las haga cumplir. La International Telecommunication Union (ITU) asigna las órbitas a los satélites geoestacionarios de observación meteorológica y navegación.
El Outer Space Treaty (OST), que desde que entró en vigor en 1967 ha sido ratificado por 111 países, se ha quedado obsoleto. Sus términos prohíben reclamos de soberanía unilaterales, pero carece de mecanismos de resolución de disputas en el peor de los momentos posibles, con órbitas bajas cada vez más congestionadas.
En 2015, el Congreso de EEUU aprobó una ley que reconoce el derecho de sus ciudadanos a la propiedad de asteroides y otros recursos extraterrestres, violando el principio de no-apropiación del OST. Las administraciones de George W. Bush y Obama rechazaron una propuesta sino-rusa para prevenir la colocación de armas en el espacio exterior por no incluir los sistemas antisatélites. A su vez, Moscú y Pekín no aceptaron el código espacial no vinculante que propuso Obama.




