La doble vida de la transparencia presidencial

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A Petro le encanta decir que todo es persecución. Que, si lo meten en la Lista Clinton, es porque Estados Unidos está “chantajeando”; que, si lo investigan, es porque temen a su “proyecto transformador”; que, si aparecen informes sobre pactos turbios, es culpa de la CIA. Curioso: cuando él acusa, es valentía política; cuando lo acusan, es montaje internacional.

Después de su inclusión en la Lista Clinton, Petro decidió jugar su carta favorita: la transparencia selectiva. Autorizó la publicación de sus movimientos bancarios como quien abre el cajón esperando aplausos. Y sí, su historial financiero mostró algo: entre menciones de austeridad y tweets sobre “ética pública”, el presidente gasta en Gucci y dejó 40 euros en un club de striptease en Lisboa. Un lujo personal no es delito, pero vaya símbolo: un jefe de Estado moralizando desde el atril mientras la tarjeta dice otra cosa.

No es solo el gasto; es el descaro de pretender que la culpa siempre viene de afuera. Como si los países lo sancionaran por deporte, como si la Fiscalía investigara por aburrimiento, como si la palabra “chantaje” fuera un comodín presidencial.

El problema no es que Petro tenga enemigos. Es que tiene contradicciones. Y esas no vienen de Washington ni de la oposición: vienen de él. La transparencia no es publicar un documento: es vivir sin doble discurso. Y mientras Petro siga peleando con fantasmas, el país seguirá esperando una explicación que no suene a excusa filosófica.



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