Los recientes incidentes con explosivos de bajo poder en centros comerciales de la capital han vuelto a tensionar el pulso de la vida bogotana. Los ciudadanos, acostumbrados a la prisa, ahora observan con recelo las bolsas abandonadas y las esquinas donde antes solo había publicidad. La seguridad, que parecía un asunto de política, se ha convertido en una conversación cotidiana entre vecinos y transeúntes.
En este clima, los interrogantes sobre los autores y motivos se multiplican. ¿Buscan miedo, propaganda o distracción? Lo cierto es que cada estallido, por pequeño que sea, produce un eco desproporcionado en una urbe donde la sensación de vulnerabilidad se mezcla con el cansancio. Bogotá, como siempre, responde con resiliencia: el comercio abre, la gente sale, y la vida sigue, aunque más atenta y más desconfiada.
