Enero empezó calcinándose, pero mientras había humo en las calles bogotanas y los abrigos se convertían en gafas de sol y vestidos de verano, la política padecía, las irregularidades que está enfrentando el mandatario electo, Gustavo Petro, son grandes, y es que es inevitable pensar que casi toda Colombia está en alerta roja o naranja y mientras tanto, la esposa del jefe de gobierno está siendo sancionada por la procuraduría debido a su significativo derroche de dinero, dinero que le pertenece al pueblo. Pero eso no importa cuando la vegetación colombiana ya no posa para las fotos y ahora los frailejones carbonizados son las victimas silenciosas de un desastre que no entiende fama ni titulares en columnas de opinión, tragedia que el gobierno decidió ignorar un rato y esperar a que los cerros fueran cenizas.
«El Gobierno del Cambio en una imagen”, ironizó un exconcejal de Bogotá al compartir la imagen, que ahora cuenta con 1,6 millones de reproducciones, mientras arriba persisten las llamas y abajo la indignación se enciende como pólvora. Ahora destacan los Cerros Orientales de Bogotá en llamas, bajo la luz de la luna llena, en una noticia que resulta literalmente explosiva. Las advertencias previas, reducidas a papeles y protocolos, no evitaron el desastre, revelando una vez más la fragilidad de nuestras acciones ante la furia de la naturaleza. Las críticas hacia el Gobierno Petro, cuyo enfoque en el cambio climático contrasta con su respuesta a la emergencia, arrecian. Sin embargo, la falta de preparación evidencia una brecha entre teoría y práctica, mientras el país enfrenta una crisis que no distingue ideologías. Las denuncias se multiplican: falta de recursos, equipos inoperativos, designaciones
políticas cuestionables. Sin embargo, ninguna revelación apaga las llamas ni resuelve la emergencia. En el juego político, cada bando busca capitalizar la tragedia, mientras la sociedad se consume en discusiones estériles.
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