
Piojó, Atlántico. — En este pequeño municipio del Caribe colombiano, el miedo ha tomado forma de leyenda: la bruja de Piojó, una mujer que, según decenas de campesinos, tiene la capacidad de transformarse en un enorme pájaro nocturno que sobrevuela los techos de las casas y atemoriza a las familias.
La leyenda que nunca se apaga
Los relatos se remontan a mediados del siglo XX, pero fue en la década de 1990 cuando la historia cobró notoriedad. Varias familias de la zona denunciaron que, tras escuchar ruidos extraños en los techos por la noche, sus hijos despertaban con rasguños y moretones en brazos y piernas, sin que nadie pudiera explicar su origen.
Testimonios inquietantes
Habitantes del pueblo han descrito a la bruja como una figura alada, de gran tamaño, que vuela de manera errática sobre las viviendas. “Era como un ave inmensa, pero con la risa de una mujer”, declaró en su momento un campesino al diario El Heraldo. Otros aseguran haber visto cómo la criatura se posaba en árboles cercanos antes de desvanecerse entre las sombras.
Cuando la prensa llegó al pueblo
La creciente ola de miedo llevó a que medios regionales como El Heraldo registraran los testimonios en los años noventa, recogiendo declaraciones de familias que mostraban las marcas en la piel de los menores. Aunque no hubo una explicación oficial, las denuncias quedaron documentadas en la prensa, consolidando la reputación de Piojó como tierra de brujas.
Entre mito y creencia popular
Para los escépticos, los rasguños pueden explicarse por alergias, insectos o simples accidentes nocturnos. Para los creyentes, en cambio, se trata de un claro ejemplo de brujería caribeña, una tradición oral que habla de mujeres con poderes capaces de transformarse y hostigar a quienes se crucen en su camino.
Un símbolo vivo de Piojó
Hoy, la bruja de Piojó es parte inseparable de la identidad cultural del municipio. Para algunos, un mito transmitido de generación en generación; para otros, un fenómeno real que sigue merodeando en las noches más silenciosas. Lo cierto es que, al caer la oscuridad, muchos pobladores aún prefieren no mirar hacia los techos… por miedo a encontrarse con la risa de un ave imposible.




