
Cumpleaños de lujo, polémica al instante
Nada dice “he cumplido 18 y soy millonario” como una fiesta excéntrica, DJ internacional, fuegos artificiales, y… enanos contratados como animadores. Eso fue lo que decidió Lamine Yamal, la joven promesa del fútbol español y nuevo adulto legal, para celebrar su mayoría de edad. Y en cuestión de horas, el país entró en combustión moral.
La fiesta, que según reportes fue más exclusiva que una gala del Balón de Oro, se volvió tendencia no por el champagne, ni por los invitados de lujo, sino por la presencia de personas con acondroplasia contratadas para amenizar el evento. Los medios lo llamaron “un escándalo”. Twitter lo llamó “problemático”. Pero el giro vino cuando los propios implicados dijeron: “eh, estamos trabajando, no hace falta que nos defiendan”.
España y su habilidad para indignarse a tiempo completo
En menos de 24 horas, España pasó de elogiar a Yamal por su talento en la Eurocopa a preguntarse si debía ser cancelado por su concepto de entretenimiento. Algunos lo acusaron de “cosificar cuerpos”, otros de “mal gusto”, y otros —como siempre— aprovecharon para culpar a Pedro Sánchez.
Pero mientras las tertulias hervían, varias personas con acondroplasia salieron a declarar que ellos no son víctimas, ni necesitan voceros autoproclamados. “También tenemos derecho a trabajar, aunque a ustedes no les parezca gracioso”, dijeron. Y con eso, desmontaron gran parte del discurso de salvación involuntaria que circulaba en redes.
¿Trabajo digno o show de mal gusto?
Aquí es donde se pone incómodo: ¿puede alguien contratar a un grupo de personas para animar una fiesta si esas personas aceptan libremente? ¿Dónde termina la crítica ética y empieza el paternalismo condescendiente?
Porque claro, si el trabajo lo hace un mago, un mimo o un payaso de dos metros nadie dice nada. Pero si mide menos de 1.40, de repente todos se sienten con la autoridad moral para decidir qué es “digno” y qué no. La discusión, lejos de centrarse en derechos laborales, terminó girando en torno al gusto personal, como si eso fuera jurisprudencia.
Lamine Yamal: crack en la cancha, caos en el after party
Mientras tanto, Yamal guarda silencio. Y hace bien. No es el primer futbolista en montar una fiesta excéntrica, ni será el último. Solo que ahora cada gesto tiene una lupa del tamaño de una cámara de VAR moral. La diferencia es que esta vez no hubo agresiones, ni escándalos sexuales, ni corrupción. Solo una fiesta rara y un país que ya tenía la indignación lista, como un tuit guardado en borradores.
Conclusión: fiesta hay una sola, debate hay para rato
¿Fue una fiesta polémica? Sí. ¿Fue ilegal? No. ¿Fue de mal gusto? Depende de a quién le preguntes. ¿Debió contratar enanos? No somos su mamá. ¿Quieren ellos que los defiendan? Tampoco.
Y así, entre velas de cumpleaños, debates innecesarios y gente que se siente mejor al hablar por otros, descubrimos que lo verdaderamente escandaloso no es la fiesta… sino lo fácil que es armar una hoguera pública cada vez que alguien celebra algo diferente.
