En su primer libro Microdosis de amor propio (Penguin), la actriz Katherine Porto reflexiona sobre temas como el desamor, la maternidad, y las complejidades de la riqueza y pobreza. En una entrevista para el formato de video Claro Oscuro de El Espectador, Porto abre su corazón al hablar de su experiencia con el suicidio y las nuevas oportunidades que la vida le ha brindado.
En sus palabras, describe su proceso de despertar espiritual: «Lo comparo con un golpe en la cabeza que no me mató, pero me dejó mareada. Sentí que la tierra se abría bajo mis pies y que iba a caer, pero me aferré con fuerza». Fue en ese momento cuando una voz interna le susurró que aún no era su hora y que debía hacer algo muy importante con su vida. Así nació el deseo de un cambio profundo.
Porto reconoce que fue entonces cuando comenzaron a suceder lo que ella llama «milagros», experiencias que compartió en su libro. También revela que escribir se convirtió en una forma de terapia para ella: «Antes nos daba miedo o vergüenza buscar ayuda, pero tener un terapeuta que te dé pautas es vital», confiesa.
Hace diez años, cuando decidió comenzar a escribir su libro, vivía en Los Ángeles. Recuerda haber contactado al escritor Jorge Franco, quien le ofreció su apoyo y le insistió en que fuera constante, disciplinada y dedicada. «Comencé un blog, y cuando regresé a Colombia, me encontré con las fuerzas renovadas para seguir escribiendo. Pero la editorial me cambió la editora, y eso apagó mi entusiasmo. Sentía que mi proyecto carecía de la determinación necesaria», relata.
Sin embargo, los diez años de crecimiento personal y de trabajo interno, en los que adquirió autoconocimiento y confianza, hicieron que Porto finalmente no dudara más de sí misma. «Hoy tengo un amor profundo por mí misma. Pasé por momentos muy oscuros y ahora siento que es el momento de compartir lo que me hace bien con el mundo».
En su proceso de escritura, también recuerda con emoción una anécdota de su infancia, cuando vivió momentos de gran dificultad: «Dormíamos al aire libre, sin techo, y para mi mamá eso era doloroso. Ella lloraba mucho, pero para mí era el momento más hermoso del día. Me tumbaba en el suelo, contaba estrellas y jugaba con mi hermano a esperar que pasaran estrellas fugaces». Sin embargo, al leerle esto a una persona cercana, la respuesta fue desalentadora: «¿A quién le va a importar eso?». Ese comentario detuvo momentáneamente su impulso.
Hoy, después de diez años de trabajo personal, Porto ha aprendido a creer en sí misma y a compartir su historia con el mundo.

