“Mi nombre es Julián Garavito, tengo apenas cumplidos 50 años. Fui el primer tanatólogo de adolescencia en Villavicencio”, así comienza su relato Julián, un hombre que ha construido su vida en medio de los contrastes más crudos de la existencia. Su historia es una de superación, de cómo alguien puede pasar de vender seguros funerarios y embalsamar cadáveres a convertirse en odontólogo y docente universitario.
Julián nació y creció en el campo, donde aprendió lo que significa trabajar con las manos. “Boleaba peinilla, trabajé tractorista, llevante encominada. Todavía tengo los callos que me recuerdan de dónde vengo”, cuenta con orgullo. Sin embargo, la vida le tenía preparado un destino diferente cuando decidió mudarse a la ciudad.
Superación

Foto del consultorio de Julián Garavito.
El mundo de los seguros funerarios fue su primer contacto con lo que luego se convertiría en su vida profesional. Pero vender la muerte, como él dice, no es tarea fácil. A nadie le gusta que le hablen de su propio final. Sin embargo, fue en esa industria donde le ofrecieron una oportunidad inesperada: conducir los vehículos de una funeraria, pero con la condición de embalsamar cadáveres. “Yo tenía mucho miedo de los muertos, pero acepté el reto. Me brindaron la posibilidad de viajar a Medellín, y eso fue una motivación enorme para mí. No conocía nada más allá de Villavicencio”.
Así, Julián empezó a formarse en tanatología, un oficio que en su ciudad se aprendía empíricamente, pero que él decidió profesionalizar. Durante su tiempo en la funeraria, llegó a embalsamar muchísimos cuerpos, hasta que se convirtió en una rutina. Pero había algo que nunca pudo acostumbrar: embalsamar niños. “Embalsamar niños es una de las cosas más duras que existen. Cuando un adulto muere, uno puede pensar que tuvo una vida plena o que una enfermedad le arrebató su tiempo. Pero un niño… Un niño no debería morir”, reflexiona.
Embalsamador

Foto instrumentos odontológicos en el consultorio de Julián Garavito.
Esa confrontación diaria con la muerte lo llevó a valorar la vida de una manera distinta. Recuerda un caso especialmente doloroso que le enseñó una lección profunda sobre la intolerancia humana. Un incidente entre dos vecinos que terminó con una niña de quince años llorando por la muerte de su perro y con un disparo que acabó con la vida de uno de los padres. “Ahí entendí que la intolerancia mata más que las balas”, comenta.
Julián nunca dejó de estudiar. Mientras trabajaba en la funeraria, ingresó a la facultad de odontología. Sus días eran una mezcla de muerte y vida: embalsamaba cadáveres por la mañana y estudiaba por la noche. “A veces llegaba oliendo a formol a clase, pero era mi trabajo y mis compañeros lo entendían”, recuerda. Su esfuerzo fue recompensado cuando, al graduarse, fue nombrado docente en la misma universidad que lo formó.
Estudio

Diploma de Julián Garavito.
“Pasé de ser el mensajero, el auxiliar de patología, el fotógrafo, el que hacía de todo en la funeraria, a ser doctor en odontología. El viernes era el mensajero, y el lunes ya era el profesor”, comenta con una sonrisa, recordando ese cambio abrupto que le costó asimilar.
Para Julián, su vida es un testimonio de que todo es posible. “Si yo, que empecé boleando peinilla en el campo y embalsamando cadáveres en Villavicencio, llegué a ser odontólogo y docente universitario, cualquier persona con esfuerzo y dedicación puede lograr sus metas”. Ahora, en su rol como educador, su principal lección es sobre la vida: valorar cada momento, ser tolerante y aprender de las adversidades.
Ejemplo

Fotografía a Julián Garavito.
Julián Garavito es un ejemplo vivo de cómo, incluso en los momentos más oscuros, se puede encontrar luz y un nuevo propósito. Una historia que inspira a quienes, como él, alguna vez pensaron que no había salida.




