En una entrevista con Público, Abad Faciolince, habla de ese sentimiento contrapuesto que todavía le invade, de esa Colombia luminosa y turbia, del peligro que corren los Acuerdos de Paz, firmados en 2016 si el gobierno derechista de Iván Duque, retiene el poder tras las elecciones del año que viene, de la violencia como estigma y de la literatura como bálsamo.
Aunque se han atenuado con respecto a otras épocas, los episodios de violencia política no han desaparecido en Colombia. Han asesinado a más de 900 activistas sociales desde que se firmaran los Acuerdos de Paz en 2016. Y se ha reprimido con saña a los estudiantes en las movilizaciones de 2019. ¿Por qué no se detiene ese clima de violencia?
Colombia es un país muy polarizado. El último Gobierno que ganó las elecciones no estaba a favor de los Acuerdos de Paz y ha tenido que implementarlos a regañadientes, sin querer, obligado por la ley y porque esos acuerdos están firmados. Pero, naturalmente, han quitado todo el acelerador y muchas veces han puesto incluso el freno.
No tenemos el nivel de defensores de derechos humanos y de líderes asesinados como cuando el exterminio de la UP (Unión Patriótica), que llegaron a ser 6.000 personas asesinadas de un solo partido [en los años 80 y 90], pero el hecho de que haya ya 1.000 [muertos] significa que ese optimismo que tuvimos cuando se firmaron los Acuerdos de Paz, ahora es un optimismo que es muy difícil de mantener.
Claro, hubo un año terrible, que fue el año en que ganó Trump, el año en que ocurrió el brexit, el año en que el «no», por décimas, ganó contra el Acuerdo de Paz (en el referéndum), y somos un poco víctimas de eso, y de ese país que no se pone de acuerdo porque es un país en el que, es cierto, también la guerrilla cometió crímenes atroces y hay personas que no se lo perdonan y no acaban de aceptar el acuerdo de paz. Y, entre ellos, ideológicamente, el Gobierno actual.
¿Pueden peligrar los Acuerdos de Paz si se continúa frenando su aplicación?
Yo creo que si se reelige un gobierno de derecha como el que tenemos ahora [en los comicios presidenciales de mayo de 2022], esos Acuerdos de Paz van a fracasar. Si llega al poder un partido de centro o de izquierda, creo que habría más posibilidades de que esos acuerdos acabaran de desarrollarse, y que hubiera, como venía habiendo, una disminución progresiva de la violencia.
Su padre fue crítico con toda forma de violencia política pero no era equidistante. Sus invectivas iban dirigidas casi siempre hacia la violencia del Estado. ¿Cómo cree que reaccionaría ante la Colombia de hoy?
Es verdad, no era equidistante. No era maniqueo, tampoco. No cerraba un ojo, no veía por un solo ojo. Yo creo que vería a Colombia de un modo muy parecido a como la veía en 1987. Una Colombia que todavía tiene muchas tareas por hacer, mucho que cumplir, mucho que darles a todos los ciudadanos en todos los términos.
Es decir, yo creo que él se sentiría todavía indignado por los niveles de impunidad, por los niveles de falta de educación, de falta de salud o de falta de buena alimentación que sufre un porcentaje altísimo de la población.
Creo que hasta que no consigamos eso, vamos a seguir viviendo en una sociedad que no es buena para nadie, porque ni los ricos pueden vivir tranquilos -vivir encerrados y llenos de guardaespaldas y con miedo, eso no tiene nada de bueno, me parece a mí-, y los pobres, los resignados, viven mal y tristemente. Y los indignados, con razón, pues están dispuestos a lo que sea con tal de que las cosas cambien.
¿Y qué se puede hacer para revertir todas esas deficiencias?
El problema es cómo encontrar un camino en América Latina para que eso pase y para que no se tarde medio siglo. Ese es el problema, porque cuando se han intentado atajos muy justificados ideológicamente, atajos como el cubano, que dio tanta ilusión, o atajos como el venezolano, no han funcionado.
Yo creo que necesitamos encontrar unos líderes capaces de llevar a cabo unas reformas radicales como las que consiguió la socialdemocracia europea. Esos siguen siendo los referentes para nosotros muy válidos. Como consiguió cierto tipo de socialismo en España y la socialdemocracia en Alemania, en los países nórdicos…
En alguna ocasión usted se ha preguntado si uno podría sentir nostalgia del infierno. Hablaba de Colombia.
Yo creo que los cerebros humanos tienen algo de cerebro de paloma mensajera, o de cerebro de cigüeña. Todos sabemos porqué queremos volver a cierto sitio donde tenemos el nido. Y, sobre todo, cuando uno se siente enfermo y teme que puede morir, quiere volver a ese sitio, a ese rinconcito.
Los perros, cuando se van a morir, buscan el rinconcito que más les gusta de la casa, y en ese rinconcito se van apagando. Creo que hay en el cerebro humano algo parecido. Y así uno haya sufrido mucho, así a la cigüeña le hayan dado pedradas en la torre de una iglesia, vuelve tercamente, a pesar de esas pedradas, a poner ahí sus huevos otra vez.
Entonces, sí, puedo sentir nostalgia del nido donde me han dado pedradas y patadas.
También ha sentido vergüenza de ser colombiano, como escribió en sus diarios cuando era joven y acababan de matar a su padre en Medellín. ¿Sigue sintiendo esa vergüenza?
¡Uf! Pues es que es difícil a ratos no sentir esa vergüenza. Hace muy poco volví a sentirla profundamente. Al presidente de Haití lo mataron como, no sé, 17 o 21 mercenarios colombianos, y algunos ya reconocieron públicamente que ellos tenían que entrar en esa casa presidencial y matar a todo el que vieran.
Cómo no sentir vergüenza por un ejército que uno no sabe si está produciendo soldados o está produciendo sicarios que van a participar en guerras que no son de ellos, porque de hecho hay muchos soldados profesionales participando en guerras en África, en Oriente Cercano, o en Haití, en este episodio.
En Colombia, los militares pueden entrar a los 18 años y se jubilan con 20 años de servicio, es decir, a los 38 años. Esa jubilación como que no les basta, y todo el entrenamiento que les ha dado el país entonces está sirviendo para cometer a veces, no digo siempre y no digo todos, crímenes en el resto del mundo.
Son cosas así que pasan en Colombia las que muchas veces me hacen sentir vergüenza de ser colombiano. También tengo muchos motivos de orgullo de ser colombiano. Me acaban de operar del corazón. En Colombia hay grandes médicos, grandes clínicas, hay gente que salva vidas todos los días con un nivel médico comparable al de España. Hay cosas que no me dan vergüenza, pero otras sí.
La influencia de su padre es notoria, pero usted no ha seguido su camino en el activismo social. Ha elegido la literatura como opción vital.
Yo creo que cada cual tiene su propia vida. Una de las grandes enseñanzas que me dejó mi padre fue que viviera libremente, como yo quisiera. Yo cambié muchas veces de carrera, cuando tenía 18 o 20 años no sabía qué hacer y él tuvo la tolerancia y la paciencia de dejarme buscar el camino. A mí, claro, la política me interesa, pero no soy un activista como él.
Digamos que yo vivo y he vivido la política desde mi propia experiencia. Y me doy cuenta de que, simplemente contando mi propia experiencia, lo que yo veo, lo que yo vivo, y con las personas que se mueven a mi alrededor, cuando yo hago una novela, sin que explícitamente yo quiera hacer política, irremediablemente aparece, dentro de la historia con minúsculas, la historia con mayúsculas: se ve reflejado el país, se ve reflejada la violencia, que no es un tema que yo quisiera tratar, pero la violencia llega porque irremediablemente está ahí en mi experiencia.
Y la violencia política, no porque yo quiera obsesivamente ocuparme del tema, sino porque la padecemos. Entonces, digamos que, sin ser un objetivo, como yo no soy un escritor con mucha imaginación, y ni siquiera con mucha memoria, sino un escritor que trata de escribir de una experiencia, y como trato de decir la verdad, de ser auténtico, y de contar crudamente lo que vivo y lo que pienso, pues eso sale, y mucha gente o se siente representada o se siente molesta con esas historias.




