Hay un cadáver en la sala

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La noche festiva de noviembre se rompió con un el silencioso descubrimiento de un cadáver en el norte de Guadalajara de Buga. Eran las 7:15 p.m. cuando la comunidad, inquieta por la ausencia prolongada de una vecina, dio aviso a las autoridades. Al llegar a la vivienda ubicada en la calle 30, entre carreras 8a. y 9a., los uniformados se encontraron con una escena que no admite consuelo, el cuerpo sin vida de una mujer. La víctima fue identificada como María Cruz, de aproximadamente 42 años, reconocida por su oficio como vendedora de frutas a las afueras de Melao, antiguo Villa del Río.

Desde el sábado 15 de noviembre no se tenía noticia de ella. El silencio de su ausencia se convirtió en alarma, y la alarma en tragedia confirmada. El hallazgo golpea con fuerza a la comunidad. María no era una desconocida, era parte del pulso cotidiano de la ciudad señora. Su sonrisa en la venta, su voz en la calle, ahora convertidas en eco apagado. La escena fatal deja preguntas sin respuesta y un aire de consternación que se expande como pólvora en la memoria colectiva.

Las autoridades, tras asegurar el lugar, iniciaron las diligencias de rigor. Medicina Legal asumió el levantamiento del cuerpo, mientras la Policía recolectaba testimonios y evidencias. Sin embargo, más allá de los protocolos, lo que queda es un vacío que no se llena con informes ni con partes oficiales. La comunidad espera claridad, pero lo que domina es la tristeza y la rabia contenida.

Un recordatorio brutal de la fragilidad de la vida y de la violencia que se infiltra en los espacios más íntimos. La muerte de María Cruz no es solo un hecho aislado, es un golpe que resuena en cada esquina, un llamado a mirar de frente la vulnerabilidad que atraviesa a quienes sostienen la vida cotidiana con trabajos humildes y dignos. La espera por un parte oficial continúa, pero la comunidad ya ha dictado su veredicto emocional: consternación, rechazo y dolor. En la calle 30, donde la rutina se mezclaba con risas y ventas, ahora se levanta un silencio pesado, un silencio que grita más fuerte que cualquier sirena.

El silencio de la calle 30 permanece como cicatriz abierta. La ausencia de María Cruz retumba en la memoria colectiva, recordando que la vida puede quebrarse en un instante y dejar solo dolor.


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