El hallazgo de un manuscrito del año 894 atribuido al presbítero Ibirol, del obispado de Barcelona, constituye el caso más antiguo documentado de dislexia en Cataluña. Esta carta de venta, conservada en el Archivo Episcopal de Vic, presenta una serie de errores de escritura inusuales que, según especialistas, no pueden atribuirse a la falta de conocimiento o formación, sino a patrones propios del trastorno disléxico. El descubrimiento reviste gran valor histórico al ofrecer evidencia concreta de la existencia de la dislexia en tiempos medievales.
Según el estudio divulgado por National Geographic, los errores identificados en el manuscrito —como “escpitura” por “scriptura” o “ninea” por “vinea”— coinciden con alteraciones típicas de la dislexia. Los investigadores emplearon herramientas paleográficas y codicológicas para analizar la escritura, concluyendo que las anomalías de Ibirol reflejan dificultades cognitivas compatibles con los síntomas descritos por la ciencia moderna. Este caso se convierte en una referencia fundamental para el estudio de los trastornos del aprendizaje en contextos históricos.
La dislexia, reconocida hoy como un trastorno neurológico que afecta la lectura y la escritura, fue conceptualizada formalmente en el siglo XIX, pero su presencia es mucho más antigua. En la Alta Edad Media, los religiosos eran los principales depositarios del conocimiento y responsables de la producción escrita, lo que hace aún más relevante que uno de ellos presentara este tipo de dificultades. La recurrencia de errores en los documentos de Ibirol plantea preguntas sobre la diversidad cognitiva entre los letrados de la época.
El análisis de los investigadores también identificó casos similares entre otros religiosos medievales catalanes, como Landoer de Vic, del siglo X, y Ramon de Santa Maria d’Organyà, del siglo XI. En sus textos se repiten errores y variantes ortográficas que hoy se asocian con la dislexia. Estos hallazgos fortalecen la hipótesis de que el trastorno afectó a varios escribas medievales, lo que obliga a reconsiderar la historia cultural desde una perspectiva más inclusiva y neurodiversa.
Durante la Edad Media no existían términos ni tratamientos para este tipo de dificultades, por lo que las personas afectadas desarrollaban estrategias personales para cumplir con sus funciones. La presencia de la dislexia entre religiosos demuestra que la diversidad funcional convivía con las altas responsabilidades intelectuales y espirituales, desafiando la noción de homogeneidad en el saber medieval. Este reconocimiento aporta una visión más humana y compleja de quienes transmitieron el conocimiento escrito.
Finalmente, el caso del presbítero Ibirol no solo amplía la comprensión histórica del trastorno, sino que también reconfigura la narrativa sobre la producción intelectual medieval. Al integrar la diversidad funcional en el estudio de la historia cultural, los investigadores Tània Alaix y Jesús Alturo subrayan que la dislexia ha acompañado a la humanidad desde los orígenes de la escritura. El manuscrito de Ibirol se convierte así en un símbolo de cómo la diferencia cognitiva también forma parte de la herencia cultural y de la evolución del pensamiento occidental.




